sábado, 19 de septiembre de 2015

Portal a Tuya "Un ramillete de niñas"

                ¡Hola amigos! ¿Cómo andan todos?
            Les cuento que no anduve por internet ni entré a mi blog, porque me sentía triste. Mordelo ya no nos acompaña en esta tierra, se fue al cielo; me levanté una noche y lo encontré dormido para siempre, obvio, lloré mucho. Al otro día fuimos hasta el pie de la sierra donde a él le gustaba corretear y lo sepultamos junto a unas rocas tornasoladas. Por la tarde volví al sitio a llevarle flores y a enterrar su collarcito con el nombre (él no lo usaba). Cuando llegué, vi que la tierra de la superficie había sido removida y me resultó raro porque no había huellas de animales; solo se veía un extraño hongo espumoso de color marrón oscuro y poroso como un gruyere, que había crecido al costado en forma increíble y en escasas horas. Pensé que si un animal salvaje hubiese bajado de los cerros a querer hacerse con el cuerpo de Mordelo, hubiese quedado el pozo abierto. Resolví escarbar con cuidado para cerciorarme que bajo la tierra que cubría a mi amigo, todo estuviese como lo habíamos dejado. No podía entender que llegando casi al fondo de piedras y tierra endurecida, el cuerpo continuara sin aparecer. Lloré muy impresionada y dolida, mientras un interrogante tremendo me cruzaba el raciocinio, ¿quién se pudo llevar el cuerpo y para qué? Fue un instante, un rayo de luz que me atravesó en una idea y la certeza se me clavó en la garganta. “¡Hijo de puta!”, escupí y enfilé llorando a graznidos y a moco tendido, para la casa del yanqui. Caminé con paso marcial y los puños crispados; iba montada en la furia ciega y asesina que me acomete contra la gente perversa. Llegué a la casa de piedra y pateé la puerta con los borcegos de puntas reforzadas, mientras le gritaba: “¡Abrime, reverenda mierda, abrime!”. Terry abrió la puerta y aún en medio de mi furia, noté que tenía las manos manchadas de rojo. Pensé, “¡le está haciendo la autopsia al perro, el maldito!”. Sin darle tiempo a nada, comencé a fajarlo como pude; le tironeé la ropa dejándosela en hilachas y le alboroté el pelo quedándome con varios de ellos entre mis dedos. Cuando pude reaccionar a fuerza de sus palabras calmas pero que tenían un tinte desesperado: “¡plis, no violencia!, ¡yo pacífico, buen hombre!”, reparé en que hasta los lentes le había hecho volar y también en que me hallaba en el centro del living-comedor; en el suelo estaban desparramadas las remolachas que el viejo estaba pelando. Sentí vergüenza de mi brutalidad y, a pesar de que me ahogaba la indignación, le pedí disculpas. Ambos estábamos parados en una sala muy grande, caldeada por el fuego a leños del hogar empotrado en la pared; vi muchos libros y cantidades de cajas repletas de papeles mecanografiados y otras conteniendo delgadas carpetas; todo parecía muy pulcro y ordenado. ¡Ni rastros del cuerpito de Mordelo! “¿Dónde lo tiene?”, pregunté sospechando que lo escondía.
            Terry no entendía nada y creí que fingía para despistarme. Cuando comprendió la razón de mi estado de histeria total, me invitó a recorrer la casa.
            Disculpándose fue a cambiarse de ropa y me dejó sola en una habitación muy amplia donde vi mapas con cartelitos sujetos con chinches, pilas de fotografías (que se ve, estaba ordenando en sobres de distintos colores) y también había repisas colmadas de objetos raros y diversos.
            Cuando Terry reapareció ofreciéndome una tierna sonrisa, volví a disculparme y le dije que le pagaría los daños, señalándole con un gesto de cabeza, la ropa desgarrada que traía en sus manos. “¡No problem!”, respondió con una mueca tristona. Preparó café y me invitó a beberlo cerquita del fuego. Cabizbaja, observé mis borcegos embarrados y mis manos sucias; él me tomó una entre las suyas y me hizo levantar la vista. Mirándome con la claridad de sus ojos, me dijo en un tono que me pareció de franqueza: “Sé quiénes llevaron su perro, pero nada puede usted hacer. Si cree que el animal fue feliz a su lado, viva con ese recuerdo y ya no se preocupe más, él nada puede sentir físicamente”. Estaba confusa por sus palabras y le pedí que me diera su opinión respecto a quién o quiénes y con qué fin, se habían llevado los restos de Mordelo. No voy a repetir aquí la teoría de Terry, en primer lugar porque me resulta inadmisible y en segundo, porque sería transmitir algo por boca de ganso, ya que ni siquiera sé bien a qué se refiere concretamente. Es verdad, él me nombró a las cosas por su nombre; no me habló de vaguedades, me mostró fotos, pero como diría mi madre, la mente del ser humano no está preparada para abarcar de un pestañeo a la magnitud en sí misma y esto que me reveló Terry, parece una de esas cosas y a mí no me da la cabeza para comprender o aceptar lo que me parece un relato de ciencia ficción.
            Pasando a otra cosa, les cuento que cuando volvía de lo de Terry, me cruzó Astrea en su Jeep y me invitó a subir, iba al pueblo. En un primer momento pensé en decirle: “no, gracias”, pero me miró tan dulce y tenía una sonrisa tan agradable en su boca, que me decidí por aceptar y no pasar por renegada y antipática. Me regaló un cuarcito lechoso y hablamos de lo que me había puesto tan mal allá al pie del cerro, incluso mencioné a Terry. Para mi sorpresa, ella me dijo que él es su amigo y comparten muchos temas y veladas. “¿Novios?”, pregunté. “¡No, solo amigos y buenos investigadores ambos!”, contestó riéndose. “¿Qué investigan?”, quise saber. “Nada en concreto o sí, pero difícil de explicarle a alguien que no cree”, me soltó como pinchándome el ego. No quise preguntar más pero en aquel momento, me hubiese gustado creer para enterarme de qué se trata lo que ellos andan buscando en sus investigaciones. Me dijo Astrea que me pusiera en paz con mi corazón; que hay cosas que no podemos cambiar o evitar que sucedan (y ahí me acordé de lo que me inculcaron de chica: “No importa lo que pase porque va a pasar, lo verdaderamente significativo es lo que uno hace con ese hecho”). Mientras sorteaba piedras con las cubiertas del auto, Astrea me dijo que algún día, la verdad de lo ocurrido vendrá a mí sin que la busque, que me serene y piense que Mordelo o lo que él verdaderamente fue, debe andar masticando margaritas en un campo muy verde, corriendo, trepándose a un arcoiris de luces y amigándose con el agua, en el cielo de los perros.
            No voy a decir que sus palabras fueron geniales, pero la verdad es que me ayudaron a relajarme en la amargura que sentía. Me dejó en casa y cuando nos despedimos, me alcanzó un libro que llevaba en la guantera del Jeep; le dije que mejor no, porque no leo mucho, pero ella insistió en que por lo menos lo tomase prestado y cuando ya no quiera tenerlo, se lo devuelva aun sin haberlo leído. Lo acepté de mala gana sabiendo que iba a ser todo un desafío porque si bien a mí leer no me va, soy muy curiosa y no aguantaría saber por qué ella creyó que ese libro me vendría bien. Todavía no lo he tocado, se llama: “Muchas vidas, muchos maestros”. Cuando entré en casa, dejé el libro sobre la mesa y me senté junto a la tía Loly que estaba tomando mates. Cuando ella lo vio, me dijo que en la pila de libros que todavía están embalados, debe haber un ejemplar del mismo porque lo leyó hace años. La miré como si fuese marciana. ¡No tenía idea que la tía leyese libros con ese tipo de nombres!, ¡pensé que leía Corin Tellado, no sé! “¿Lo vas a leer?”, me preguntó mientras me daba un mate espumoso y me veía las manos sucias. “¡No!”, contesté para evadirme. Le conté lo de Mordelo, a ella no le iba a cambiar el palo, es como si fuese mi mamá y mentirle a una mamá es como traicionarse a una misma. Lejos de espantarse por lo del tema que sacó Terry, ella se sintió muy interesada y le brillaron los ojitos como si tuviese veinte años. “¿Te parece que pueda conversar con este hombre? ¡Creo que compartiríamos temas interesantes!”, me dijo la tía Loly, dejándome boquiabierta. “Pero… ¡si es un viejo ermitaño, tía! ¡Andá a saber quién es verdaderamente! Parece que vino a Tuya, escapando de algo o alguien”. “¡No importa, Fía, si a vos no te molesta, me gustaría hablar con él un día de estos!”, me contestó de lo más dicharachera. A mí no me molesta nada de lo que hacen las demás personas, mientras no sea con maldad; cada una debe tener su libertad. Sé que hay muchos que se burlan de mí porque dicen que estoy embobada con mi Raúl y que seguro él, tiene amantes por donde anda. Me las banco y me hago la zonza para no entrarles en el juego de la provocación; confío en mi esposo, en todos mis seres queridos y amigos; el día que alguno me falle, me lastime arteramente, bueno, entonces ese día, veremos. No me va eso de andar ahogando a las personas para tenerlas todo el tiempo conmigo. Cuando el amor de mi vida sale de viaje siento que queda conmigo, porque al fin de cuentas lo llevo tatuado en mi corazón.
            ¿Cómo le voy a impedir a Loly que converse con Terry? ¿Quién soy para hacer eso? Me preocupaba un poco porque no lo habíamos tratado nunca, no se sabía nada de él y porque la gente a veces nos da sorpresas que nos joden la vida, pero si no había peligro, mejor que la tía se vincule con él si le gusta hablar de esas cosas, incluso Terry también está re-solo, lo sé porque conozco dónde y cómo vive, pero también porque pude averiguar más. Me acordé que le había sacado una foto y Marianita sabe hacer una cosa con la compu, que se pone la foto de alguien y te tira datos del mismo. Bajamos la foto y averiguamos por internet; ¡casi me caigo cuando supe quién es Terry! Tel vez más adelante me anime a contarles, pero por ahora me dijo mi hija que mejor me calle la boca. Lo raro es que figuraba una esposa y una hija, ¿será divorciado?, ahí no decía nada.
            Llamó el abogado de Loly, la verdad es que me estoy convenciendo cada día más que el dicho: “uno propone y Dios dispone”, es muy cierto. Nos contó que estaba defendiendo a dos mujeres re-pobres que fueron desalojadas de una casucha donde vivían, porque los dueños habían vendido y los compradores querían demoler todo y hacer un edificio de ocho pisos. Después de adelantarnos esta cruel realidad, nos preguntó cómo íbamos con el proyecto de la casa de la loma; le dijimos que no habíamos resuelto nada todavía, pero que estábamos contentas porque lo que había “prendido” bien en el pueblo, era la idea de la cooperativa entre los comerciantes y ya el edificio iba viento en popa. Luego de escucharnos, Graziano (el abogado) siguió hablando sobre la historia de las dos mujeres que habían quedado en la calle; parece que una de ellas cuida a sus cinco nietas (dos mellizas de dos años y medio, una de cuatro, otra de seis y otra de nueve años) debido a que su hija está desaparecida hace un año y ocho meses y ni rastro de ella; hace pasteles y empanadas para sobrevivir y criar a las nenas. La otra mujer, más joven, tiene tres niñas de uno, seis y ocho años; ella salió huyendo de la Villa 31, cuando unos traficantes balearon accidentalmente a su concubino; no tenía dónde ir y golpeó a la puerta de Jesusa Pardo, ésta le abrió y le dio cobijo. Jesusa no recibe el plan por hijos que le pagaban a su hija por lo que ya les dije, está desaparecida, pero Idalia Sosa, la otra mujer, sí recibe la asignación aunque está muy confundida, porque las nenas vienen del colegio con ideas raras, les han dado una remera de un movimiento político y ella tiene miedo que eso las lleve por un camino equivocado, a medida que crezcan; así que no quiere cobrar más esa plata del Estado, pero ninguna de las dos sabe cómo resolver la problemática que las embarga. Cuando con Loly terminamos de escuchar por el altavoz del teléfono, nos miramos y al unísono dijimos: “¡que se vengan!”. Graziano estaba tan emocionado que no podía hablar y se le cortaba la voz; nos contó como pudo, que hacía una semana las tenía en una pensión de Once, comprándoles algo de comida y pañales para una de las chiquitas, porque en la casa donde estaban corrían peligro de que les voltearan una pared a propósito, para intimidarlas. Nos dijo que nos agradecía con el alma, porque tratando de darle una mano a aquella gente a la que no pudo darles la espalda, se sintió muy solo, comprobando que a nadie le importa lo que le pase al otro.
            Ya hicimos todos los preparativos y llegan la semana que viene. La casa de la loma no puede estar mejor destinada y todo Tuya va a ayudar a esas mujeres, que cuidando a esas criaturas, les dijeron sí a la vida. Lo hablé con Raúl y él viene de Buenos Aires el miércoles; se pondrán de acuerdo con Graziano y entre los dos las  transportarán, junto a las niñas.
            Anoche cenaron en casa Antonio Cuevas padre y su hijo. La tía Loly lo agarró por su cuenta y aunque al principio no quería aflojar en el tema de la facultad para Antonito, cuando llegó Susi (mi amiga viuda) cambió de idea porque no quería parecer un renegado delante de ella. Los dos quedaron re-enganchados, no dejaban de mirarse a hurtadillas. Antonio parecía un hombre nuevo, me animaría a afirmar que se ha formado una pareja… jaja.
            Más tarde vinieron a jugar a las cartas Fricasio y doña Dora; reapareció Gema, quien se enganchó con Florio Guzmán y andan más endulzados que los caramelos. También se sumó Ringo Walter (que ya es un clásico dentro de casa); Tamara y Pilar vinieron a jugar con Marianita en la pleiesteiyon. ¡Éramos una multitud!
            La habitación y el baño de Loly ya están para ponerles las tejas, dentro de poco ella tendrá su propio lugar. No sé por qué, pero miro las paredes de bloques y me acuerdo de cuando Mordelo se cayó en la zanja de los cimientos; me digo: “¡No pienses más!”, pero no puedo, su ausencia me va a doler toda la vida. Una vecina me dijo: “¡Ay, che, qué exagerada, era un perro no una persona! ¡Que te acuerdes siempre de la ausencia de tu madre, vaya y pase!, ¡pero de un perro!”. La escuché y no la mandé a la mierda, porque me doy cuenta que ella dice esas cosas no por maldad sino por ignorancia, no le gustan animales y si tiene plantas de flores, es porque el marido se ocupa… Entonces, ¡qué me va a entender a mí o a mis sentimientos! ¿Cómo se le dice al corazón: por éste sí, por éste no, cuando uno entra a añorar y a necesitar acariciar al otro que se fue?
            Ya me querían traer un perrito “nuevo”, los que me quieren bien y me ven triste por la muerte de Mordelo. “¡No lo hagan!”, les chillé casi a punto de llorar. Déjenme asumir la ausencia, no quieran que tape la herida con un parche, déjenla que me sangre hasta que sola se cure. Sé que otro perro va a  aparecer en mi vida y va a ser él quien me elija para que lo cuide y para que le dé mi amor, que se va a ir juntando a montones, ahora que Mordelo no está.
            La semana que viene va a ser movidita, porque además de recibir y ubicar en la casa de la loma a estas mujeres que llegan con las niñitas, también vamos a tener la visita de Lucrecia Boris, su hijo Taty y el novio de éste. A Raúl no le dije las condiciones de Taty, sabe que viene, nada más. Pienso que al principio no se va a dar cuenta, pero cuando se entere no va a poder dejar de mirarlo, porque Taty es precioso o preciosa, ¡qué sé yo!
            Bueno amigos, desde aquí les mando un abrazo gigante y les recuerdo que en Tuya, siempre tendrán un corazón (el mío) abierto de par en par.

            Fianza Menditelli
                     

            PD: hoy me dijo la tía Loly que el hecho de que Marianita sea pelirroja, de ojos verdes y pecosa, es un claro síntoma de “atavismo”. Primero me asusté, pero cuando me explicó que se refería a las características físicas de mi hija, que coinciden con las de un antepasado y que no se dio en generaciones  anteriores, me quedé tranquila. ¡Hay cada palabra!

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