domingo, 6 de septiembre de 2015

Portal a Tuya "Loly, una caja de sorpresas"


            ¡Hola, gente! ¿Cómo están?
         Les cuento que yo, feliz, emocionada y aún sin entender este tsunami que atraviesa mi destino, dejándome una estela de maravillas.
          Anoche, en el comedor de casa fuimos un montón para cenar y para brindar, se nos unieron varios vecinos.
            Cuando oí la bocina del camión, salí corriendo a recibir a los viajeros; al ver solamente a Raúl, bajando de la cabina, el corazón se me apretó en la incertidumbre. ¿Y la tía y Gonzalito?... Mi marido se acercó y después de besar mi boca muda, me levantó en sus brazos girando y girando. Cuando me dejó en el suelo vi llegar una Eco Sport azulcita; me dio la sensación de que se me venía encima y quise correrme, pero Raúl me sujetaba en el lugar. Creí que me iba a dar un ataque. ¡No entendía nada! La Eco frenó a treinta centímetros de mi cuerpo. Me temblaban las rodillas y el miedo me impedía hablar, preguntar qué pasaba. Las puertas de la camioneta se abrieron simultáneamente y de adentro salieron Gonzalito y la tía Loly; fue en ese instante en que al verla, el alma me volvió al cuerpo y corrí hacia ella para abrazarla, mientras liberaba emociones, puchereando entre sus brazos. Raúl se subió al camión y comenzó a hacer sonar la bocina y Gonzalito hizo lo mismo desde la Eco. Los que estaban dentro de casa (Marianita, Tamara, doña Dora y Fricasio, Ringo Walter y Florencia), salieron alarmados o fingieron eso (a esta altura no sé más nada). Los vecinos también salieron de sus casas intrigados por tanto bullicio. Yo no sabía qué pensar, qué decir, qué hacer; así que opté por la reacción de cualquier persona en ese caso: me quedé parada, con la boca abierta, mirando a todos y en especial, a esa camioneta azul. La tía Loly me abrazó y me llevó adentro; los hombres se quedaron afuera viendo la Eco y el resto, nos fuimos al comedor. “¡Fía, reaccioná!”, me decía la tía; yo estaba en shock, no sabía si reír o llorar y lo peor de todo es que si hubiese optado por una de esas dos reacciones, tampoco hubiese sido consciente del por qué. “¡Todo es para bien, Fianza, relajate!”, me aseguró Loly, mientras me alcanzaba  una carilina para limpiarme la nariz. En eso entraron Ringo, Gonzalito, Fricasio y Raúl; se reían de mi cara de “no sé qué pasa”. Como para activarme, mi marido dijo que venía ilusionado durante el viaje, pensando en la cena rica que yo habría preparado, pero que tenía la impresión de que eran promesas, nomás.
         El deber se antepuso a todo el cataclismo que me bullía en las venas y en los pensamientos y fui a la cocina acompañada por mis hijas, a traer comida para todos. Tuvimos que juntar dos mesas porque no entrábamos, ¡éramos diez! A medida que el tiempo iba pasando, pude aflojarme y pedir explicaciones. ¡Les juro que todavía no puedo hacerme a la idea de lo que tengo para contarles! Vine a enterarme que lo del viaje de Gonzalito, se debió a un plan del que formó parte con su padre y la tía Loly; ella nos quería regalar un auto para uso de la familia; por eso fue mi hijo, porque Loly le pidió a Gonzalito eligiese la marca y modelo, y de paso lo trajera; su padre venía en el camión. “¿Cómo la vamos a pagar?”, pregunté amargada por contraer una deuda comunitaria sin ser consultada. Casi me desmayo cuando Loly me dijo que ya estaba paga y que había más sorpresas, muchas más. A esta altura empecé a llorar sin poder pasar bocado y las lágrimas de alegría, agradecimiento y amor, me dejaron la cara como un tomate.
            La tía Loly tenía una casa de dos pisos en Berazategui, toda amoblada con cosas que trajo de Italia y de Francia; la vendió, pero antes cargaron todo lo que estaba adentro, en nuestro camión. ¡Sí!, nos regaló todo, ¡pero hay más! Compró la casa de la loma para nosotros. Les digo que sigo en otro planeta, todavía no puedo clarificar mis ideas, para contarles de forma ordenada.
          Tenía la convicción de que la tía Loly era solterona; vine a enterarme por ella misma y para mimarla y quererla diez veces más, que cuando se fue a Italia y ejerció de maestra, conoció a un hombre muy rico que la adoró de tal forma, que venció la resistencia que ella ponía a casarse. Hubo boda y además, hubo otra cosa: la tía Loly tuvo una hija a la que llamó Sofía; yo escuchaba y no podía creer. Un día, Sofía (de seis años) y su padre, circulaban en automóvil sobre un puente del río Po y al cortársele la dirección se cayeron al agua, ahogándose los dos. “¡Pobre tía Loly!”, pensé y seguí llorando. Al tiempo, la tía vendió todos los bienes que había heredado y regresó a la Argentina. Me contó que en varias oportunidades se contactó con mi mamá, para decirle que su heredera sería yo y que deseaba volver a verme, pero mi vieja se negó (ella y Loly diferían en muchos puntos de vista). Me imagino, ¡pobre!, que acercarse a mí le hubiese ayudado en la pena por la pérdida de su familia; incluso mi papá ya estaba fallecido, así que no tenía a nadie en este mundo. Yo la miraba y la miraba a tía Loly y me parecía que no era quien yo conocía; entendí que ella, tan simple, directa y humilde, es una caja de sorpresas; voy a tener que intentar conocerla verdaderamente.
            Hay veces que a una, la verdad o la realidad, la supera; eso me pasa con detalles que ahora sé de la vida de la tía Loly, también con el tema de la nueva casa y la camioneta.
           El camión estaba a reventar de muebles, vajilla y mil cosas que son una preciosidad, yo iba ayudando a descargar y lloraba mientras tocaba las cosas; una, porque no puedo creer que sean mías, nuestras, otra, porque me conmueve la tía Loly y su generosidad, y otra, porque hubiese preferido que se quedaran vistiendo la casa de Italia, donde vivían la tía, su esposo y Sofía. ¡Qué pena me da esa historia!
          Todavía no escrituramos la casa de la loma, pero la tía ya pagó, firmamos los papeles y guardamos todo adentro. Seguimos en nuestro hogar hasta que nos organicemos; seguro que nos iremos trasladando de a poco, en escalas, porque no es el tema de cambiar de paredes nomás; generalmente, lo que nos ata a una casa además de su estructura, son las historias que vivimos dentro y la verdad es que en esta humilde casita desde donde les escribo, la familia Policarpo-Menditelli ha sido muy, muy feliz.
          Hubo otra sorpresa; en el camión llegaron doce cajas inmensas para el hogar de los abuelos: sábanas, toallones, manteles, vajilla, copas, un juego completo de cacerolas, cubiertos, todo comprado por la tía Loly para ellos. Se me revienta el corazón de tanta dicha. Hoy fuimos a llevar las cosas al hogar y la tía quiso que fuesen los abuelos quienes abriesen las cajas, porque eran cosas para ellos, no para el hogar; “un hogar no existe sin las personas”, dijo Loly; “un hogar de ancianos no nos dice nada, lo que nos dice algo son los que viven ahí”. ¡Sabia Loly!
            ¡Ay, gente, ustedes no se imaginan lo que fue ver la cara de alegría de los viejitos! A medida que desembalaban la losa, las copas y demás, le daban brillo con los puños de sus pullóveres para sacarles las huellas de sus propios dedos (que a mí me parecen sagradas). Estoy segura que a los abuelos, no les importa demasiado el detalle, lo que más los conmueve es que se hayan acordado de ellos con generosidad y que alguien los creyese dignos y merecedores de aquellas cosas hermosas. Hay momentos en que una percibe que por algún extraño sortilegio, se ha abierto la caja de Pandora y llueven las cosas duras, difíciles, dolorosas; en este caso, a mí se me dio vuelta la vida pero para bien.
            Esta tarde, todo Tuya anduvo por la casa de la loma, a la que le tenemos que poner un nombre; las casas viven, respiran, a su manera pero lo hacen y deben ser nombradas; tal vez ustedes piensen que estoy chiflada, pero les aseguro que es una muy, muy antigua costumbre de Tuya. ¿Saben cómo se llama nuestra casita de siempre? “¡La enamorada!”. Se le ocurrió a Raúl, porque decía que yo sería la reina del hogar y como me lo pasaba diciéndole que estaba enamorada de él…
            Todavía no sé cómo voy a orientar mi vida, la vida de la familia; no quiero que lo material cambie lo que somos como personas, como grupo familiar. Me alegra saber que la tía Loly dispone de tanto y está dispuesta a compartir, como ya lo ha hecho, porque me imagino que juntas podremos hacer mucho por Tuya y eso a ella le dará motivación más que suficiente para llenarse de vida. No sé si me pareció  o estoy acertada, pero observé cómo la miraba Florio Guzmán (el que dirige los trabajos de vialidad). Él fue el encargado de gestionar la venta de la casa de la loma, a pedido de su hermana (Cándida de Espinoza) que vive en Misiones. Florio es un ermitaño, bien huraño, pero con la tía Loly se deslumbró; ella fue muy atenta con él, pero ni bola para otra cosa; tal vez porque no le gustó o para que nosotros no nos sintiésemos incómodos; la verdad, es que me gustaría que fuese verdaderamente feliz; mientras hay vida, hay esperanza y ella está llena de vitalidad. Aparte, las personas comúnmente creen que los viejos están decrépitos y caducos; ¡me revienta tanta imbecilidad! Las personas que son muy mayores sienten la misma necesidad de compañía, de amar y ser amados, que un joven; tal vez la pasión disminuye, pero aumenta la ternura, el compañerismo… ¡Ojalá Dios la compense a Loly con un buen amor, por todo lo que perdió y sufrió! No digo que sea Florio el afortunado de obtener su corazón, pero en Tuya hay hombres muy guapos, de espíritu sensible y que estoy segura que podrían cuidarla y amarla como ella se merece. ¡Estaré atenta! Cambiaré mi nombre por “Celestina”… ja ja
           Bueno, para regocijarlos en lo patético, les cuento que anoche, luego de cenar hicimos un brindis y Ringo Walter, asesorado por la terrible de Marianita que lo engatusó, le pidió formalmente a Raúl (como se hacía cincuenta años atrás), la mano de Florencia. Nadie largó la risa al escucharlo, por respeto al sentimiento, a la casa y a la familia, pero se les veía en la cara que se comían las carcajadas;  doña Dora le aplastó la cola a Frutilla y éste maulló como un endiablado, entonces todos soltaron las risotadas, poniendo como excusa el susto del gato, que no fue gracioso porque a nadie le gusta que le anden pisando partes del cuerpo, ¿no? ¡Bueno, al gato tampoco y no es menos que nadie! Ringo levantó la copa con la mano temblorosa (como comenzó a derramar bebida, Fricasio metió su copa por debajo para evitar que el líquido cayera a la mesa) y dijo: “Raúl, yo… vos… nosotros… bueno, estoy nervioso, pero me conocés, sabés que trabajo, no tengo vicios y voy a ser un buen marido para tu hija y te pido su mano para casarnos en dos meses”.
          Raúl lo miraba con la sonrisa plastificada y ojos asesinos, hasta que sus facciones se pusieron acorde. “¿Cuál?”, preguntó dejando la copa y arremangándose. El aire se cortaba con un cuchillo. “¡Florencia, amor, quiere casarse con Florencia!”, atiné a meterme para suavizar la cosa. El tema tomó tan de sorpresa a Raúl, que no supo qué pensar; hasta hacía poco estaba archi-convencido de que Ringo era gay, es más, siempre tiraba pálidas con que temía que pervirtiera a Gonzalito. Nunca intenté persuadirlo de lo contrario; primero porque no tengo nada en contra de los gustos de vida ajenos, segundo porque sabía que Ringo era bien hombre (lo he visto mirar a las mujeres en los partidos y reuniones sociales) y tercero porque él debió de haber sufrido mucho, al descubrir que la mujer con la que hacía poco se había casado re-contra enamorado y para toda la vida, le metía los cuernos; esto me hizo entender su actitud.
            Todo el mundo aplaudió y felicitó; las copas se volvieron a llenar, volvimos a brindar y Raúl se tuvo que amoldar y terminó cediendo; primero a cara de perro y vertiendo una caterva de imposiciones para que cuidase a nuestra hija y por último aflojándose, perdiendo el miedo y bajándose de ese pedestal en el que a veces nos subimos los padres, asemejándonos a dictadores temibles, por el solo hecho de querer sonar convincentes, a la hora de entregar a nuestra prole, a la vida misma.
            Después, se habló del tema de la carnicería y por lo que se planteó hoy al mediodía de sobremesa, la tía Loly tiró la idea de sumarle al negocio de la carne, un supermercado grande para agrupar a los demás comerciantes en una especie de cooperativa de pueblo, con el compromiso general de que en el balance anual, se apartasen fondos para beneficiar a Tuya y a sus habitantes más pobres. ¡Acá tenemos muchos pobres, pero no tanto que les haga perder la dignidad! En este momento me viene a la mente Antonio Cuevas, ese chico que les conté que tiene 20 años y escribe las canciones que cantamos en la parroquia. El pobrecito vive con su padre en una casita perdida, por allá, al final del cordón de pircas; la madre lo dejó con el padre (que también se llama Antonio) cuando era chiquito. Antonio se había dado a la bebida y fajaba a la pobre mujer, que decidió irse. La comprendo. Ustedes pensarán: ¿Y por qué no se llevó al hijo? No pudo. Antonio no se lo permitió. ¿Vieron que hay padres que usan a los hijos como trofeos de su soberbia, como botín de guerra en las disputas o como moneda de cambio en las negociaciones de pareja? Bueno, Antonio quiso castigarla usando al hijo. ¡Vieran qué hermoso y dulce es ese chico! Tiene unos ojazos negros que parecen un cielo nocturno y sin luna; se ríe y una no puede dejar de enternecerse. Siempre que pude le anduve cerca; Gonzalito sintió celos de él durante la primaria, pero le hablé a mi hijo y entendió. Al final, ahora son amigos. Antonio hijo, es un chico muy, muy inteligente y quería ser ingeniero pero el padre, una vez que terminó la secundaria lo puso a trabajar. Me gustaría que el chico pudiera cumplir su sueño y verlo con el título en la mano. Hay muchas cosas por mejorar en Tuya y me refiero más que nada a la vida de algunas personas. Sé que Antonio padre aprendió la lección; cuando se fue su esposa, se las desquitaba con el nene. Nos metimos todos y lo sentenciamos con sacarlo de su lado, si no lo cuidaba bien o seguía tomando. ¡Santo remedio! Pero igual, siguió huraño, callado, de carácter áspero, anti-social y cero cariño con su hijo, que andaba buscando afecto en todas las casas en donde era invitado.
            La tía Loly, tiró la idea de que Raúl podría ser una especie de gerente en la cooperativa; él dio un respingo y se moderó por respeto, pero le adiviné todas las puteadas que se le agolpaban detrás de la lengua. Después a solas, me decía: “¿Qué hago yo si me sacan del camión?” ¡Toda mi vida en la ruta!”. Lo tranquilicé diciéndole que no pensara en eso por ahora, que así como Dios puso todo lo que puso en nuestro camino en pocos días, pondría la solución a ese tema; si tiene que ser gerente será y si no seguirá siendo un eterno peregrino; siempre lo voy a amar y lo voy a estar esperando; algún día se cansará de andar gastando caminos. Lo amo tanto, que solo puedo ser feliz con su felicidad.
            A la tardecita, preparamos varios termos y mates y nos sentamos con todos los vecinos que vinieron a conocer la casa nueva, a matear en el patio. La casa tiene un parque inmenso y una pileta de natación que se llena, sacando una cuña que ataja el agua de una vertiente de roca que sobresale del terreno.
            ¡Pensar que hasta hace unas horas, me hacía mala sangre pensando en que no tenía una pieza para la tía Loly y hoy, ella nos ha comprado una casa! ¿Sirve hacerse tanto problema por anticipado?, me pregunto. Mejor es vivir el minuto a minuto, el pasado se fue, ya no existe, lo que va a venir no lo sabemos; lo único que tenemos claro es el presente y dentro de él, hay pilas de cosas que no podemos cambiar, por eso tenemos que aprender a cambiar nosotros, para adaptarnos a vivir con lo que venga. Me acuerdo que cuando Flor me dijo que no se iba a casar, ni tener hijos, me sentí herida; pensé que si mi hija razonaba así y había tomado tal decisión, había sido porque a mí algo no me había salido bien como mamá; pero en lugar de deprimirme o hacerme la cabeza, traté de pensar cosas que me ayudaran a aceptar su decisión. Por ejemplo, que podía ser que ella sintiese que traer un hijo al mundo, era exponerlo a una irremediable esclavitud o tal vez traerlo a un mundo que ni ella tenía claro cómo es, ni quién lo maneja, ni quién dispone de las vidas humanas y esas cosas. No sé, me armé muchas conjeturas válidas para entenderla y no juntar más culpa, ni darle en mi corazón, un cachito más de territorio a la amargura sin sentido. Al final de cuentas, nadie dijo que si uno pasa por esta vida sin tener un hijo es un egoísta, y si alguien lo dijo, es un pelotudo. Hay que ponerse en el pellejo ajeno para hablar y aún así, no sé si cabe. Bueno, redondeo este tema, resaltando que gracias a que tomé así el asunto de la no maternidad de Flor, pude mantenerme entera y, al final, ahora ella decidió casarse, tendrá sus hijos algún día y toda la historia negativa ya es cosa del pasado y como se sabe, el pasado, ¡pisado!
            Pasando a otra cosa: si yo me enojo y despotrico contra los chinos: ¿Soy racista?
          Esta tarde se armó flor de tole-tole cuando tomábamos mate en el parquecito de la casa nueva. Hubo vecinos que me apoyaron; otros, me daban con un caño: “¡Ehh, racista de mierda, te metés con los pobres chinos que se están cayendo al agua, dejate de joder!”, y decían cosas por el estilo. Les explico a ver si ustedes me entienden. No es que no los quiero por esos ojos que tienen o porque me parezcan dientudos, no, yo no tengo mala onda injustificada con ellos. Hay muchos que los defienden, y ponen como cesto de basura en la vereda, a un chino sosteniendo el canasto; eso sí me parece ofensivo. En Tuya no tenemos ese tipo de canastos con chinos, los vi en otras partes y les saqué fotos para que no digan que invento.
           El año pasado, mi prima Silvia se fue con su peor es nada a China. ¡A China! ¡Miren que hay lugares para ir! ¡No, a China se fueron! ¿Saben qué? Silvia tiene una mega cámara de fotos; saca para la mierda, pero es ella y no la cámara. ¿Cómo va a sacar la foto de un árbol, si en ese momento mira a una señora que pasa por la vereda de enfrente? Pero así y todo, trajo unas fotos… ¡terribles! Había fotos de criaturas (chinitos bebés) tiradas en un basural, otras en la calle, ¡eso es espantoso! Un señor se apiadó y puso a una nenita que habían arrojado a la calle, en un canasto de basura, envuelta en diario. Si las fotos no las hubiese sacado Silvia, hubiese creído que eran truchas.
            Hoy vino Marianita del cole, con otra nueva de los chinos. Ahora parece que hacen unos llaveritos que son mini bolsitas de plástico, selladas herméticamente; adentro le ponen agua hasta la mitad y pececitos de colores vivos o tortuguitas de agua; cuando los bichitos se mueren, tiran el llavero y compran otro. ¡Eso es una crueldad y así educan a sus hijos! Álvaro Contreras (que es policía y amigo, el que se quedó un rato en casa la noche que vimos la peli de extraterrestres) me decía hoy que él, justificaba a los chinos con el tema de deshacerse de las criaturas, porque el gobierno, si descubre que alguien tiene un segundo hijo, a esa persona la meten presa. A mí me parece que hay formas y formas. Además, ¿qué los justifica con lo de los llaveritos? ¡No, ya lo traen en la sangre, tienen una cultura degradante!
            Gema Trum (viuda, ¿se acuerdan?, la madre de los mellizos que son enfermeros y viven en Brasil) hoy andaba medio rara con la tía Loly. ¡Tan contenta que parecía de haberse hecho amiga de ella y hoy le ponía cara de culo! Según me dijo Fricasio, parece que está enamorada de Florio Guzmán, pero él no quiere saber nada de ella y no precisamente porque esté Loly. No sé, no entiendo eso de tomarle bronca a alguien por cuestiones pasionales, presuntas o deseadas inútilmente, con otra persona. Es una pena, porque estoy segura que Loly podría ser una excelente amiga para Gema, pero si ésta se emperra con celos sonsos…
         Bueno, gente, el amor de mi vida está “ensobrado”, guardado en la camita calentita, mirando un partido de fútbol por la tele. De vez en cuando me asomo para robarle un beso, aunque ahora pienso entrar y quedarme a su lado toda la noche y, mientras le doy todo el amor que me despierta, intentaré asegurarme de que me siga llevando feliz en su corazón.
            Un abrazo virtual y afectuoso para todos ustedes. Gracias por acompañarme y dedicarme un tiempo precioso de sus vidas:

            Fianza Menditelli

PD: La tía Loly me mostró un álbum de fotos que trajo de su casa y me quedé helada cuando vi, posando, un señor idéntico a Marianita, que vendría a ser tatarabuelo de mi hija. Ahora se la voy a mostrar al dueño de mi corazón, para que se le pase la ojeriza que le tiene al plomero; sé que no piensa mal de mí. ¡Pero esa muchachita me fue a salir tan pelirroja, que no parece nuestra! Ahora sabemos que en la familia había otros como ella

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