sábado, 19 de septiembre de 2015

Tarjeta de amor "Claro milagro"



Tarjeta de amor "Si tú me amas"



Portal a Tuya "Un ramillete de niñas"

                ¡Hola amigos! ¿Cómo andan todos?
            Les cuento que no anduve por internet ni entré a mi blog, porque me sentía triste. Mordelo ya no nos acompaña en esta tierra, se fue al cielo; me levanté una noche y lo encontré dormido para siempre, obvio, lloré mucho. Al otro día fuimos hasta el pie de la sierra donde a él le gustaba corretear y lo sepultamos junto a unas rocas tornasoladas. Por la tarde volví al sitio a llevarle flores y a enterrar su collarcito con el nombre (él no lo usaba). Cuando llegué, vi que la tierra de la superficie había sido removida y me resultó raro porque no había huellas de animales; solo se veía un extraño hongo espumoso de color marrón oscuro y poroso como un gruyere, que había crecido al costado en forma increíble y en escasas horas. Pensé que si un animal salvaje hubiese bajado de los cerros a querer hacerse con el cuerpo de Mordelo, hubiese quedado el pozo abierto. Resolví escarbar con cuidado para cerciorarme que bajo la tierra que cubría a mi amigo, todo estuviese como lo habíamos dejado. No podía entender que llegando casi al fondo de piedras y tierra endurecida, el cuerpo continuara sin aparecer. Lloré muy impresionada y dolida, mientras un interrogante tremendo me cruzaba el raciocinio, ¿quién se pudo llevar el cuerpo y para qué? Fue un instante, un rayo de luz que me atravesó en una idea y la certeza se me clavó en la garganta. “¡Hijo de puta!”, escupí y enfilé llorando a graznidos y a moco tendido, para la casa del yanqui. Caminé con paso marcial y los puños crispados; iba montada en la furia ciega y asesina que me acomete contra la gente perversa. Llegué a la casa de piedra y pateé la puerta con los borcegos de puntas reforzadas, mientras le gritaba: “¡Abrime, reverenda mierda, abrime!”. Terry abrió la puerta y aún en medio de mi furia, noté que tenía las manos manchadas de rojo. Pensé, “¡le está haciendo la autopsia al perro, el maldito!”. Sin darle tiempo a nada, comencé a fajarlo como pude; le tironeé la ropa dejándosela en hilachas y le alboroté el pelo quedándome con varios de ellos entre mis dedos. Cuando pude reaccionar a fuerza de sus palabras calmas pero que tenían un tinte desesperado: “¡plis, no violencia!, ¡yo pacífico, buen hombre!”, reparé en que hasta los lentes le había hecho volar y también en que me hallaba en el centro del living-comedor; en el suelo estaban desparramadas las remolachas que el viejo estaba pelando. Sentí vergüenza de mi brutalidad y, a pesar de que me ahogaba la indignación, le pedí disculpas. Ambos estábamos parados en una sala muy grande, caldeada por el fuego a leños del hogar empotrado en la pared; vi muchos libros y cantidades de cajas repletas de papeles mecanografiados y otras conteniendo delgadas carpetas; todo parecía muy pulcro y ordenado. ¡Ni rastros del cuerpito de Mordelo! “¿Dónde lo tiene?”, pregunté sospechando que lo escondía.
            Terry no entendía nada y creí que fingía para despistarme. Cuando comprendió la razón de mi estado de histeria total, me invitó a recorrer la casa.
            Disculpándose fue a cambiarse de ropa y me dejó sola en una habitación muy amplia donde vi mapas con cartelitos sujetos con chinches, pilas de fotografías (que se ve, estaba ordenando en sobres de distintos colores) y también había repisas colmadas de objetos raros y diversos.
            Cuando Terry reapareció ofreciéndome una tierna sonrisa, volví a disculparme y le dije que le pagaría los daños, señalándole con un gesto de cabeza, la ropa desgarrada que traía en sus manos. “¡No problem!”, respondió con una mueca tristona. Preparó café y me invitó a beberlo cerquita del fuego. Cabizbaja, observé mis borcegos embarrados y mis manos sucias; él me tomó una entre las suyas y me hizo levantar la vista. Mirándome con la claridad de sus ojos, me dijo en un tono que me pareció de franqueza: “Sé quiénes llevaron su perro, pero nada puede usted hacer. Si cree que el animal fue feliz a su lado, viva con ese recuerdo y ya no se preocupe más, él nada puede sentir físicamente”. Estaba confusa por sus palabras y le pedí que me diera su opinión respecto a quién o quiénes y con qué fin, se habían llevado los restos de Mordelo. No voy a repetir aquí la teoría de Terry, en primer lugar porque me resulta inadmisible y en segundo, porque sería transmitir algo por boca de ganso, ya que ni siquiera sé bien a qué se refiere concretamente. Es verdad, él me nombró a las cosas por su nombre; no me habló de vaguedades, me mostró fotos, pero como diría mi madre, la mente del ser humano no está preparada para abarcar de un pestañeo a la magnitud en sí misma y esto que me reveló Terry, parece una de esas cosas y a mí no me da la cabeza para comprender o aceptar lo que me parece un relato de ciencia ficción.
            Pasando a otra cosa, les cuento que cuando volvía de lo de Terry, me cruzó Astrea en su Jeep y me invitó a subir, iba al pueblo. En un primer momento pensé en decirle: “no, gracias”, pero me miró tan dulce y tenía una sonrisa tan agradable en su boca, que me decidí por aceptar y no pasar por renegada y antipática. Me regaló un cuarcito lechoso y hablamos de lo que me había puesto tan mal allá al pie del cerro, incluso mencioné a Terry. Para mi sorpresa, ella me dijo que él es su amigo y comparten muchos temas y veladas. “¿Novios?”, pregunté. “¡No, solo amigos y buenos investigadores ambos!”, contestó riéndose. “¿Qué investigan?”, quise saber. “Nada en concreto o sí, pero difícil de explicarle a alguien que no cree”, me soltó como pinchándome el ego. No quise preguntar más pero en aquel momento, me hubiese gustado creer para enterarme de qué se trata lo que ellos andan buscando en sus investigaciones. Me dijo Astrea que me pusiera en paz con mi corazón; que hay cosas que no podemos cambiar o evitar que sucedan (y ahí me acordé de lo que me inculcaron de chica: “No importa lo que pase porque va a pasar, lo verdaderamente significativo es lo que uno hace con ese hecho”). Mientras sorteaba piedras con las cubiertas del auto, Astrea me dijo que algún día, la verdad de lo ocurrido vendrá a mí sin que la busque, que me serene y piense que Mordelo o lo que él verdaderamente fue, debe andar masticando margaritas en un campo muy verde, corriendo, trepándose a un arcoiris de luces y amigándose con el agua, en el cielo de los perros.
            No voy a decir que sus palabras fueron geniales, pero la verdad es que me ayudaron a relajarme en la amargura que sentía. Me dejó en casa y cuando nos despedimos, me alcanzó un libro que llevaba en la guantera del Jeep; le dije que mejor no, porque no leo mucho, pero ella insistió en que por lo menos lo tomase prestado y cuando ya no quiera tenerlo, se lo devuelva aun sin haberlo leído. Lo acepté de mala gana sabiendo que iba a ser todo un desafío porque si bien a mí leer no me va, soy muy curiosa y no aguantaría saber por qué ella creyó que ese libro me vendría bien. Todavía no lo he tocado, se llama: “Muchas vidas, muchos maestros”. Cuando entré en casa, dejé el libro sobre la mesa y me senté junto a la tía Loly que estaba tomando mates. Cuando ella lo vio, me dijo que en la pila de libros que todavía están embalados, debe haber un ejemplar del mismo porque lo leyó hace años. La miré como si fuese marciana. ¡No tenía idea que la tía leyese libros con ese tipo de nombres!, ¡pensé que leía Corin Tellado, no sé! “¿Lo vas a leer?”, me preguntó mientras me daba un mate espumoso y me veía las manos sucias. “¡No!”, contesté para evadirme. Le conté lo de Mordelo, a ella no le iba a cambiar el palo, es como si fuese mi mamá y mentirle a una mamá es como traicionarse a una misma. Lejos de espantarse por lo del tema que sacó Terry, ella se sintió muy interesada y le brillaron los ojitos como si tuviese veinte años. “¿Te parece que pueda conversar con este hombre? ¡Creo que compartiríamos temas interesantes!”, me dijo la tía Loly, dejándome boquiabierta. “Pero… ¡si es un viejo ermitaño, tía! ¡Andá a saber quién es verdaderamente! Parece que vino a Tuya, escapando de algo o alguien”. “¡No importa, Fía, si a vos no te molesta, me gustaría hablar con él un día de estos!”, me contestó de lo más dicharachera. A mí no me molesta nada de lo que hacen las demás personas, mientras no sea con maldad; cada una debe tener su libertad. Sé que hay muchos que se burlan de mí porque dicen que estoy embobada con mi Raúl y que seguro él, tiene amantes por donde anda. Me las banco y me hago la zonza para no entrarles en el juego de la provocación; confío en mi esposo, en todos mis seres queridos y amigos; el día que alguno me falle, me lastime arteramente, bueno, entonces ese día, veremos. No me va eso de andar ahogando a las personas para tenerlas todo el tiempo conmigo. Cuando el amor de mi vida sale de viaje siento que queda conmigo, porque al fin de cuentas lo llevo tatuado en mi corazón.
            ¿Cómo le voy a impedir a Loly que converse con Terry? ¿Quién soy para hacer eso? Me preocupaba un poco porque no lo habíamos tratado nunca, no se sabía nada de él y porque la gente a veces nos da sorpresas que nos joden la vida, pero si no había peligro, mejor que la tía se vincule con él si le gusta hablar de esas cosas, incluso Terry también está re-solo, lo sé porque conozco dónde y cómo vive, pero también porque pude averiguar más. Me acordé que le había sacado una foto y Marianita sabe hacer una cosa con la compu, que se pone la foto de alguien y te tira datos del mismo. Bajamos la foto y averiguamos por internet; ¡casi me caigo cuando supe quién es Terry! Tel vez más adelante me anime a contarles, pero por ahora me dijo mi hija que mejor me calle la boca. Lo raro es que figuraba una esposa y una hija, ¿será divorciado?, ahí no decía nada.
            Llamó el abogado de Loly, la verdad es que me estoy convenciendo cada día más que el dicho: “uno propone y Dios dispone”, es muy cierto. Nos contó que estaba defendiendo a dos mujeres re-pobres que fueron desalojadas de una casucha donde vivían, porque los dueños habían vendido y los compradores querían demoler todo y hacer un edificio de ocho pisos. Después de adelantarnos esta cruel realidad, nos preguntó cómo íbamos con el proyecto de la casa de la loma; le dijimos que no habíamos resuelto nada todavía, pero que estábamos contentas porque lo que había “prendido” bien en el pueblo, era la idea de la cooperativa entre los comerciantes y ya el edificio iba viento en popa. Luego de escucharnos, Graziano (el abogado) siguió hablando sobre la historia de las dos mujeres que habían quedado en la calle; parece que una de ellas cuida a sus cinco nietas (dos mellizas de dos años y medio, una de cuatro, otra de seis y otra de nueve años) debido a que su hija está desaparecida hace un año y ocho meses y ni rastro de ella; hace pasteles y empanadas para sobrevivir y criar a las nenas. La otra mujer, más joven, tiene tres niñas de uno, seis y ocho años; ella salió huyendo de la Villa 31, cuando unos traficantes balearon accidentalmente a su concubino; no tenía dónde ir y golpeó a la puerta de Jesusa Pardo, ésta le abrió y le dio cobijo. Jesusa no recibe el plan por hijos que le pagaban a su hija por lo que ya les dije, está desaparecida, pero Idalia Sosa, la otra mujer, sí recibe la asignación aunque está muy confundida, porque las nenas vienen del colegio con ideas raras, les han dado una remera de un movimiento político y ella tiene miedo que eso las lleve por un camino equivocado, a medida que crezcan; así que no quiere cobrar más esa plata del Estado, pero ninguna de las dos sabe cómo resolver la problemática que las embarga. Cuando con Loly terminamos de escuchar por el altavoz del teléfono, nos miramos y al unísono dijimos: “¡que se vengan!”. Graziano estaba tan emocionado que no podía hablar y se le cortaba la voz; nos contó como pudo, que hacía una semana las tenía en una pensión de Once, comprándoles algo de comida y pañales para una de las chiquitas, porque en la casa donde estaban corrían peligro de que les voltearan una pared a propósito, para intimidarlas. Nos dijo que nos agradecía con el alma, porque tratando de darle una mano a aquella gente a la que no pudo darles la espalda, se sintió muy solo, comprobando que a nadie le importa lo que le pase al otro.
            Ya hicimos todos los preparativos y llegan la semana que viene. La casa de la loma no puede estar mejor destinada y todo Tuya va a ayudar a esas mujeres, que cuidando a esas criaturas, les dijeron sí a la vida. Lo hablé con Raúl y él viene de Buenos Aires el miércoles; se pondrán de acuerdo con Graziano y entre los dos las  transportarán, junto a las niñas.
            Anoche cenaron en casa Antonio Cuevas padre y su hijo. La tía Loly lo agarró por su cuenta y aunque al principio no quería aflojar en el tema de la facultad para Antonito, cuando llegó Susi (mi amiga viuda) cambió de idea porque no quería parecer un renegado delante de ella. Los dos quedaron re-enganchados, no dejaban de mirarse a hurtadillas. Antonio parecía un hombre nuevo, me animaría a afirmar que se ha formado una pareja… jaja.
            Más tarde vinieron a jugar a las cartas Fricasio y doña Dora; reapareció Gema, quien se enganchó con Florio Guzmán y andan más endulzados que los caramelos. También se sumó Ringo Walter (que ya es un clásico dentro de casa); Tamara y Pilar vinieron a jugar con Marianita en la pleiesteiyon. ¡Éramos una multitud!
            La habitación y el baño de Loly ya están para ponerles las tejas, dentro de poco ella tendrá su propio lugar. No sé por qué, pero miro las paredes de bloques y me acuerdo de cuando Mordelo se cayó en la zanja de los cimientos; me digo: “¡No pienses más!”, pero no puedo, su ausencia me va a doler toda la vida. Una vecina me dijo: “¡Ay, che, qué exagerada, era un perro no una persona! ¡Que te acuerdes siempre de la ausencia de tu madre, vaya y pase!, ¡pero de un perro!”. La escuché y no la mandé a la mierda, porque me doy cuenta que ella dice esas cosas no por maldad sino por ignorancia, no le gustan animales y si tiene plantas de flores, es porque el marido se ocupa… Entonces, ¡qué me va a entender a mí o a mis sentimientos! ¿Cómo se le dice al corazón: por éste sí, por éste no, cuando uno entra a añorar y a necesitar acariciar al otro que se fue?
            Ya me querían traer un perrito “nuevo”, los que me quieren bien y me ven triste por la muerte de Mordelo. “¡No lo hagan!”, les chillé casi a punto de llorar. Déjenme asumir la ausencia, no quieran que tape la herida con un parche, déjenla que me sangre hasta que sola se cure. Sé que otro perro va a  aparecer en mi vida y va a ser él quien me elija para que lo cuide y para que le dé mi amor, que se va a ir juntando a montones, ahora que Mordelo no está.
            La semana que viene va a ser movidita, porque además de recibir y ubicar en la casa de la loma a estas mujeres que llegan con las niñitas, también vamos a tener la visita de Lucrecia Boris, su hijo Taty y el novio de éste. A Raúl no le dije las condiciones de Taty, sabe que viene, nada más. Pienso que al principio no se va a dar cuenta, pero cuando se entere no va a poder dejar de mirarlo, porque Taty es precioso o preciosa, ¡qué sé yo!
            Bueno amigos, desde aquí les mando un abrazo gigante y les recuerdo que en Tuya, siempre tendrán un corazón (el mío) abierto de par en par.

            Fianza Menditelli
                     

            PD: hoy me dijo la tía Loly que el hecho de que Marianita sea pelirroja, de ojos verdes y pecosa, es un claro síntoma de “atavismo”. Primero me asusté, pero cuando me explicó que se refería a las características físicas de mi hija, que coinciden con las de un antepasado y que no se dio en generaciones  anteriores, me quedé tranquila. ¡Hay cada palabra!

jueves, 17 de septiembre de 2015

domingo, 13 de septiembre de 2015

Tarjeta "Pasional"




Portal a Tuya "Redescubriendo a Astrea"


            ¡Hola a todos!
          Les comento que cuando me dispuse a escribir esta nueva entrada, tuve un momento de profunda reflexión. Ya saben desde el principio, que soy nueva en esto de la navegación cibernética y hay veces, en que me cuesta vincularme de esta forma.
         Soy una persona cuya empatía hace que las relaciones frente a frente con los demás fluyan a modo de fiesta, aunque de por medio surjan huracanes. Escribo para acercarme a ustedes y de alguna forma, hacerlos partícipes de todo lo que acontece en mi vida y en Tuya; sin embargo, hay momentos en que tengo la sensación que todo el amor que le pongo a esta relación virtual se diluye en una fibra óptica, sin más poder que el de influenciar vuestras pupilas. No obstante,  luego que termino de cargar mis notas y ver que las palabras escritas se duermen, reflexiono y me digo que ustedes tienen el don y el poder de despertarlas y darles vida, sentido. Por ello, una vez más les estoy agradecida.
            Pasando a otra cosa, les cuento que ayer a la mañana los albañiles abrieron los cimientos para el baño y el cuarto de Loly; la tierra que iban sacando, quedaba amontonada a los costados; Mordelo se acercó curioso a ver trabajar a los hombres, parándose sobre una de las montañitas de tierra y de pronto se desmayó, yendo a parar a la zanja de cuarenta centímetros de profundidad. Justo en ese momento del hecho, me dirigía a llevarles el equipo de mate a los albañiles y alcancé a verlo caer. Lo saqué con ayuda de los muchachos y me fui volando a la veterinaria que está cerquita; como Mordelo es robusto y los brazos no me daban para tamaño peso y encima cuesta arriba, lo cargué en el cochecito de cuando Mariana era chiquita, que guardo en la piecita de cachivaches. Hice todo el trayecto corriendo y llorando, preocupada; los vecinos con los que me cruzaba, me preguntaban: “¿A dónde vas, Fianza?”, “¿qué llevás, Fianza?”, y yo lo único que podía repetir, entre mis dientes apretados por el esfuerzo y la desesperación, era: “¡Mierda, mierda, mierda!”.
          Tanto Mordelo como yo, estábamos embarrados hasta el copete y Rogelio Bequer, el veterinario, que debe tener mi edad (47), es un hincha pelotas bárbaro con el tema de la pulcritud; los del pueblo opinan que es tanta su obsesión con la limpieza, que no la debe poner para no ensuciarla. “¡El cochecito me lo dejás afuera!”, me dijo bien cortante, mientras me miraba con cara de asquete el pantalón y las zapatillas llenas de barro. “¿Querés un pañuelo?”, me ofreció casi a la fuerza, porque yo sorbía mi llanto y creyó que era resfrío. “¡Noooo!”, chillé re-contra exasperada, “¡quiero que me veas a Mordelo, que se muere!”. Lo saqué como pude del cochecito y lo llevé adentro; el pobrecito estaba reaccionando pero jadeaba. El asistente de Rogelio, un pibe que todavía no sabe ser él mismo, levantó a Mordelo tratando de no ensuciarse demasiado y lo llevó hasta la sala de atención; los seguí, pero Rogelio me puso una mano delante y me sugirió: “Vos, ¡te quedás acá, adentro está esterilizado!”. ¡Me sentí una cucaracha! Como veterinario Rogelio se merece un diez, no vayan a  pensar que es un zoquete o mal tipo; no, no es así. No sé si ama su profesión, lo que me consta es que hace su trabajo a conciencia y sabe mucho. Con su vida privada es otra cosa; es buena persona, todos lo queremos, hemos crecido juntos, pero afecta la manía que tiene sobre ácaros, gérmenes y esas cosas. ¡También! Fue hijo único de madre entrada en años, quien, cuando era chiquito lo tenía brillante y luego lo sentaba sobre una silla y le pasaba el trapo. Él no creció jugando a hacer tortitas de barro o chapaleando en los charcos después de la lluvia o jugando al borde de las alcantarillas repletas de agua, con barquitos de papel… ¡Por eso es así, la madre por hacerle un bien, lo estropeó! Cuestión: a Mordelo le sacó radiografías, le hizo un electro y me dijo que mi pobrecito tiene el corazón débil y que tiene que adelgazar; me dio una medicación y me preparé a salir, llevando a Mordelo en el cochecito. Desde la puerta, Rogelio me preguntó: “¿No tenés una Eco, vos?”. Sacudí mi mano, como diciéndole: andá a… ¡Si sabe que no aprendí a manejar! Cuando le conté a Raúl las peripecias de la mañana, me dijo: “¡Esta tarde te enseño a manejar!”. La tía Loly llegó al mediodía porque había ido a la casa nueva a ventilar y limpiar un poco; Flor y ella irán a dormir allá hasta que se termine la habitación; si se casa, el cuarto de ella va a quedar libre, pero no quiero pensar en ese tema, desde la ausencia.
             Mordelo se lo pasa durmiendo, me da mucha pena verlo así.
         Raúl tiene el camión parado porque está esperando un repuesto para poder arreglarlo; mientras está pintando la casa de Ringo Walter, acompañado de Flor, para que cuando se casen esté prolijita.
            Hoy vino Fany, la psicóloga a la que le había pedido trabajo. Quedó encantada con la casa nueva y cuando le conté lo que pensábamos hacer, me dijo que con la boludez no me voy a ganar el cielo. No le contesté, ¿qué le iba a decir?
            Tipo dos de la tarde llegó a casa Olga Schú, la directora de la escuela, y me pidió que la acompañase a lo de una mujer que, si bien trata con todos, se mantiene alejada de los chusmas, o sea, de nosotros. Parece que es medio curandera o bruja, no sé bien, yo la conozco poco; ella a mí me miraba como diciendo: ¡ojito con el pico, vos!, después me hacía una sonrisa de plástico y me inclinaba la cabeza. No. No me daba con ella porque creía que me rechazaba, pero eso no quiere decir que la tenía entre ojos, ¡para nada! Me limité a no hacerme problema, ni darle bola. La cuestión fue que salimos en la motito de Olga rumbo al cerro. ¡Maneja para la mona!, se agarró todos los pozos y encima se mataba de risa. Después de pasar un recodo en el camino, bien pobladito de retamas, apareció la entrada al campito de Astrea Maier (así se llama la mujer que Olga quería consultar). Después de atravesar un guardaganado, avanzamos doscientos metros y nos adentramos en un montecito de pinos, eucaliptus, robles, paraísos y otras variedades de árboles; a lo lejos se veían avestruces y, pastando, caballos y ciervos. Dentro del bosquecito todo parecía de película; vi una enorme pirámide de vidrio y metal, con una puertita, armonizadores y atrapa sueños suspendidos de las ramas de los árboles y también hamacas hechas con soga, adornadas con retales de gasa que cuando se movían con el viento parecían alas de pájaros. Por aquí y por allí se veían esparcidas grandes caracolas, duendes de resina, carretillas de madera con flores vivas, dos altarcitos hechos de piedra y restos de botellas de vidrio, una fuente de agua, comederos para pájaros. Me llamaron mucho la atención unas esferas de vidrio de proporciones importantes, diseminadas como al descuido por todo el parque; parecían perlas de un collar, que se esparcieron al cortarse el hilo que las mantenía unidas. ¡Impresionante los gatos hermosos que tiene esta mujer! Conté dieciséis, uno más bello que el otro. Al llegar a seis metros de la puerta, dimos con un soporte de hierro, del que colgaba una campana de bronce de color azul verdoso; Olga la hizo sonar y la puerta se abrió, apareciendo ante nosotras, la dueña de casa. Casi no la reconocí, porque cuando baja al  pueblo en su viejo Jeep, va de vaqueros y campera o remera, con anteojos oscuros si hay sol y sombrero de ala. Tenía puesta una túnica larga, blanco tornasolado, con mangas mariposa; en la cabeza llevaba un turbante, mezcla de verde esmeralda, turquesa y azul oscuro. ¡Parecía otra! Ella notó mi asombro y después de mirarme seria y en silencio, cinco minutos que me parecieron eternos, me dijo: “¡Hola, Fianza! ¡Pasen!”, nos invitó después. Me sentía incómoda porque creía que ella no simpatizaba conmigo. En realidad, ahora pienso distinto y puedo ver cómo viene la mano. Nos convidó un té con trocitos de frutos rojos y masitas de jengibre hechas por ella. Mientras barajaba un mazo de cartas grandotas, con figuras extrañas para mí, le iba diciendo cosas a Olga y yo escuchaba con la boca abierta porque no entendía aquello, si es que era un juego. Cuando terminó con mi amiga, me dijo: “¿vos también?”, invitándome a arrimarme a la mesa. Le dije que no sabía jugar a eso o qué había que decir para que funcionase. “¡Sentate!”, me volvió a invitar, pero esta vez con una sonrisa. Fue poniendo esos rectángulos con figuras en un orden tipo cruz y me decía cosas: Que mi familia se iba a dividir, pero para bien, que voy a viajar mucho, que me voy a hacer de una amistad que ni me imagino, que voy a cambiar mucho en poco tiempo. Me dijo muchas cosas pero no las pude retener, porque mientras la escuchaba, me distraje pensando en cómo hacía para sacar las conclusiones. Me dijo, eso sí recuerdo, que las personas nos enfermamos por los pensamientos que tenemos. Me picó la curiosidad y le pregunté si ella sabría responderme, por qué a Flor le habían dolido las manos y las muñecas; el médico dijo que por el trabajo y el frío, pero quería saber qué decía ella. Me respondió que era debido a la forma en que Flor se aferraba y soltaba las cosas de la vida. Le pregunté si se le iba a pasar esa forma de enfocar las experiencias y me contestó que para ello debía cambiar el “chip” y lo podía lograr repitiendo muchas veces: “Decido manejar todas mis experiencias con amor, alegría y serenidad”. Yo miraba el papelito que me dio, escrito con tinta color naranja y me costaba entender que con tan poquito, se pudiera cambiar tanto. Aunque después lo pensé bien y me acordé que mi madre decía que uno es como piensa. Tal vez las dos apunten a lo mismo, ¿no? Algo en Astrea me inspiró confianza y dejé de verla con desdén. Le pregunté si para Mordelo había algo, me contestó que lo único que puedo hacer con él, es darle amor, frotar mis manos y después ponerlas a unos centímetros de él; que hiciese eso todos los días, en todo su cuerpito y que en ese momento dejase que en mi mente fluyan sólo cosas buenas. Ella me hizo una demostración con un gatito que yo no había visto y estaba en una canasta. Me dijo que estaba enfermito y ella le daba energía; la verdad es que al pobre gato lo vi más cerca del arpa que del violín, por eso le pregunté si se iba a sanar. Ella dijo que no, que su ciclo estaba llegando a su fin. Quise saber entonces, por qué le hacía eso con las manos, a pesar de que no lo podía salvar; me explicó que era para que se fuese en paz y asistido por la Luz. La verdad es que hubo muchas cosas que vi y oí en casa de esa mujer y que mi cabezota no puede captar bien todavía, pero no me pareció nada malo. No sé si es una bruja o qué, no vi muñequitos pinchados con alfileres, ni cosas así; al contrario, me dio mucha paz estar en su casa.
            Cuando volvimos, Flor y Raúl estaban tomando mates; Olga tomó dos o tres y se marchó. La tía Loly se levantó de la siesta y se fue con Flor a la casa nueva para armar dos camas y poner sábanas y frazadas, para que les quedasen listas para la noche.
          ¡No saben lo que fue mi primera lección de conducir! Raúl me tuvo mucha paciencia; incluso, previamente me hizo un dibujito de los cambios y mentalmente los visualicé varias veces; cuando fui a la práctica se complicó. Poner primera y salir, vaya y pase; cuando mi marido decía: “Bueno, ahora dale un poquito más de velocidad y mandale segunda”, el auto empezaba a corcovear y se paraba; yo miraba a Raúl y parecía que le daban convulsiones, hasta que el motor se clavaba y el sacudón lo hacía agarrarse del asiento. Me empaqué porque no me salía y quise tirar la toalla. “¡De ninguna manera!”, dijo Raúl. En el segundo intento, con mucha ayuda de mi “pantera negra”, logré salir sin contratiempos y poner segunda, estaba pletórica, feliz, lo había logrado. “Ahora más velocidad y le das tercera”, pidió Raúl entusiasmado por mi avance. Lo hice todo bien, me sentía la sucesora de Fangio. “¡Ahh, Fianza Menditelli vieja nomás!”, me decía en voz alta a mí misma para infundirme ánimo. Hasta que vi venir una camioneta y el miedo me hacía mover el volante como si estuviese flojo; el de la camioneta no sabía qué hacer. “¡Eso!, ¿qué hago?”, chillé. “¡Doblá!”, alcancé a oír a Raúl, cuando estábamos a punto de chocar de frente. ¡Y doblé!, pero acelerando y muy cerrado; terminamos en la alcantarilla, menos mal que no era muy profunda y estaba seca. Nos golpeamos un poquito, pero nada serio. Sinceramente me sentía frustrada, pero Raúl insiste en que la única manera de aprender a manejar es cometiendo errores, así que de a poco iré tomándole la mano. Mañana vamos a ir a un camino tranquilo donde no pasa ni el gato y practicaré allí.
            Cuando volvíamos, cruzamos a Antonio padre, que caminaba hacia su casa, ubicada en las afueras de Tuya; nos ofrecimos a llevarlo y él curiosamente accedió. Al llegar, nos invitó a pasar y como estaba segura que Raúl iba a decir que no, para no molestar y porque quería volver a tomar mate, le apreté el brazo y me apuré a aceptar: “¡Encantada!”, le solté con una sonrisa. La vivienda por dentro es confortable, agradable y la mantienen  ordenada, a pesar de ser dos hombres quienes la habitan y ambos trabajan muchas horas afuera. Noté, eso sí, que falta el calor de hogar; parecía que allí dentro, la tristeza se había adueñado del aire. Preparó café y los tres nos sentamos a beberlo cerca de la cocina a leña, mientras un gato atigrado se nos restregaba por las piernas, maullando. El silencio hacía eco en el tic-tac del reloj y para romper el hielo, conté mi experiencia al volante. En un primer momento, Antonio me observó serio y con el rostro como cartón; después empezó a reírse como loco, se le caían las lágrimas. Obvio que yo lo miraba con una sonrisa medio boba, porque tampoco era para tanto. Raúl miraba al gato y después me dijo: “¡Bueno!, ¿vamos?”. Antonio se puso de pie y aproveché para preguntarle por su hijo y felicitarlo por el talento que tiene ese chico para escribir las canciones. Agregué que era un orgullo para los tuyanos: bueno, aplicado, trabajador, inteligente. “¡Lástima que no quiso estudiar!”, le dije sabiendo que él sí quería hacerlo, pero su padre no estaba de acuerdo. Antonio Cuevas (padre) sostuvo que las universidades crían catervas de insurrectos, vagos y alérgicos al pico y la pala, dos herramientas que en las manos apropiadas pueden sacar adelante al país. No le llevé la contra, le sonreí nada más. Lo invité a cenar una noche de éstas, dijo que lo pensaría. Nos fuimos. En el camino, Raúl me dijo que no entendía qué me traía entre manos y le contesté que planeaba llevar a Antonio ante Loly, con la idea de que ella saque el tema de modo casual, intentando ablandarlo con la cuestión de la facu para Antonito; Loly y yo queremos que se inscriba para el año que viene. Además, para que este hombre trate con Susi; los dos están solos, por ahí se entienden, Antonio se enamora y se flexibiliza con su hijo.
         Anoche, para cenar amasé tallarines y la tía se preparó un estofado de peceto; Flor colaboró con el postre e hizo peras al vino. Se sumaron a cenar Ringo y también un amigo de Gonzalito. Más tarde, la tía Loly y Florencia se fueron a dormir a la casa nueva. Ringo, Gonzalito y el amigo las acompañaron, porque después pensaban irse a jugar al bowling. Marianita se quedó a dormir en lo de Tamara y Raúl y yo, jugamos corriendo desnudos por toda la casa, como dos chicos desatados, aprovechando que no había nadie. Hicimos el amor no solo con nuestros cuerpos, nos entregamos una vez más con el alma, el corazón y la vida.
            A eso de la una, Mordelo se había recuperado bastante y quiso salir a hacer pis; mientras lo esperaba, miré el cielo y estaba hermoso, límpido, tachonado de estrellas brillantes; la claridad era tal que se veía todo, aunque con las lógicas sombras que proyectaban los objetos. Cuando Mordelo entró, creí ver una luz cerca de la calle, parecida al haz de una linterna, que avanzaba zigzagueando; me quedé esperando porque pensé que sería algún vecino que volvía a su casa, pero el destello desapareció de golpe en la arboleda cercana. ¡Vaya a saber de qué se trató! ¡Espero que no haya sido ese yanqui medio chiflado, que anda hurgando para inventar cosas raras! A las cuatro de la mañana me pareció oír la puerta de calle, me figuré que era Gonzalito que volvía de su parranda, miré la hora y seguí durmiendo. Al rato volví a escuchar la puerta, miré nuevamente la hora y eran las cinco de la mañana. Esperé unos minutos, me levanté y fui a ver. La puerta del cuarto de mi hijo cerrada, indicaba que estaba en casa; en la habitación de Florencia, vi a Loly durmiendo sobre la cama y a mi hija sobre un colchón en el suelo. Quedé intrigadísima porque regresaron a casa, pero no quise despertarlas y volví a la cama.
          Hoy tuvimos un día muy movido, fue uno de esos con mil cosas por hacer. Durante la mañana no hubo forma de que Flor o Loly hablaran, pero si querían guardar el secreto, para no hacer el ridículo, ni inquietarme, cometieron el error de contárselo a Marianita, que desembuchó.
           En medio de la incredulidad, escuché cómo la benjamina de la casa contaba delante de Loly lo que ella misma le había dicho. Según mi tía, algo andaba dentro de la casa a pesar de tener todo cerrado; sintieron que una fuerza extraña las inmovilizó por sobre las mantas y no les permitía hablar ni razonar claramente; cuando esa fuerza las soltó, se levantaron y huyeron, regresando a casa. A mi modo de ver, deben haber estado contándose mutuamente de aparecidos y esas cosas, antes de dormirse y quedaron sugestionadas. En Tuya, gracias a Dios podemos descansar tranquilos, claro que si somos masoquistas y hablamos de fantasmas o vemos pelis de terror, después nos da miedo, pero todo está en nuestra cabeza, ¡nunca vi nada raro! Además, ni sabría cómo clasificar algo “raro”.
           Llamó el abogado de Loly y dijo que estuvo averiguando todo lo referente al hogar de niñas y que es un despelote y un engorro. Agregó que son muchísimos trámites los que hay que hacer y pruebas que pasar, que puede llevar de seis meses a un año la habilitación, siempre y cuando todo esté bien. Le preguntó a la tía si quería que él siguiese adelante y comenzara los trámites o prefería pensarlo. Incluso nos sugirió otras formas de aprovechar la casona, como fundar una biblioteca o una escuela particular de arte para todos los chicos de Tuya; entusiasta agregó: “pueden hacer funcionar un sector de clases de canto, teatro, pintura para adultos, organizar charlas, debates, ver películas…”
           Con Loly no sabemos qué hacer, lo vamos a pensar. Lo que me embronca es que nos pongan el palo en la rueda con el tema del proyecto. No digo que esté mal que chequeen que las personas no resulten perversas ni degeneradas o algo así; también es correcto que se cercioren que la casa sea adecuada, que sus instalaciones sean seguras, etc. ¡Pero que den tanta vuelta, con la cantidad de nenas que están abandonadas o recluidas en instituciones públicas!... Acá por lo menos, una pequeña cantidad de chiquitas podrían ser tratadas con esmero, amor y respeto. ¡Veremos!...
           Mañana Flor firma el traspaso de la carnicería a Fricasio; ella no quiere quedarse sin actividad, así que está hablando de poner un local de productos naturistas.
              Pasando a otra cosa, ¿saben qué me contó la tía Loly, hoy? ¡Algo fuera de lo común! Lo acepto porque la quiero y ni siquiera es una mentira, más bien parece un divague y si ella necesita fantasear un poco, la voy a bancar. Me dijo que en el geriátrico había una señora que era cieguita, a la que le daban convulsiones; cuando se serenaba, empezaba a hablar con una voz rara y la piel se le ponía verdosa. A la mañana siguiente, aparecía con machucones en brazos y piernas. “¿Y qué decía?”, pregunté como para darle a entender que le prestaba atención. “Una vez, por ejemplo”, contestó Loly, “dijo que nosotras éramos muy viejas para creer y que no podíamos ver porque usaban una sustancia de invisibilidad”. “¿Quiénes?”, quise saber, porque ya no entendía un pepino. “¡No sé!, te cuento lo que dijo la cieguita”. “Creo”, le agregué, “que además de cieguita tenía otro problemita, ¿no?”.
             La tía dijo que le parecía una viejita adorable y, que lo curioso de todo no era su ceguera, ni sus convulsiones, ni lo que decía (sin pies ni cabeza), sino que la mujer fuese muda de nacimiento.
           “¡Bué!...”, dije para dar por finalizada aquella charla que me confundía e impacientaba. Cuando me dan mucha información que no estoy acostumbrada a analizar, me pongo del tomate; pierdo el interés y en el peor de los casos, los estribos. Con Loly todo bien porque ella se merece que yo saque paciencia, soy su única familia y para eso estoy. Además, un poco de charla disparatada no me va a matar; incluso sé que a ella le gusta hablar o contar sobre cosas que para mí son poco claras, fantasiosas y estrafalarias: ¡como el caso de que una persona muda, hable!
            Mordelo se recupera y decae, le hago el pase con las manos, como me enseñó Astrea, le doy amor, pero él no mejora como deseo. Lo miro y me pongo re-triste, es como que quiero ser positiva, pero no puedo; me parece que el “salchichón con patas” no puede remontar y se va apagando de a poco.
            Hoy me acordaba del yanqui (Terry) y de sus palabras, no de las pavadas que dijo, pero sí de aquello respecto al origen de Mordelo. No sé de dónde vino, si lo abandonó alguien de un pueblo vecino o alguna persona que andaba de viaje lo dejó tirado a la pasada… ¿Vieron que hay mucha gente que hace eso? Dejan a sus perritos abandonados porque cuando los adoptan o los compran, generalmente son cachorritos preciosos; después hacen pis, caca, rompen cosas, se vuelven grandes, les molestan y los tiran. Incluir un perro en nuestras vidas y nuestro hogar conlleva responsabilidad, no es un juguete más para los niños, ni nacieron para tenerlos sujetos a cadena perpetua y además, es inhumano abandonarlos.
            Bueno, gente maravillosa, con buenas y no tantas (por lo de mi perrito) me despido con un abrazo virtual y les recuerdo que el corazón de Tuya, los guarda a todos ustedes.

              Fianza Menditelli


PD: Me voy a preparar la cena y a ponerme unos tapones de siliconas en los oídos; Gonzalito está con la Fenders al rojo vivo y si corto las verduras al ritmo del rock, me voy a rebanar los dedos.

jueves, 10 de septiembre de 2015

Portal a Tuya "Cadena de voluntades"

Cadena de voluntades


            ¡Hola, gente!
         ¿Cómo les va? Espero y es mi sincero deseo que estén bien, ¡pum para arriba! Que sus problemas cotidianos sean solo cuestiones a resolver y, si no pueden hacerlo, que la energía del amor los acompañe y les de fuerzas para aceptar, sin desmoronarse demasiado, lo que no puedan cambiar, lo inexorable. El corazón de Tuya late por ustedes.
            ¡Mil cosas para contarles y mi tiempo dividido en mil más!
            Ayer, la antena que nos provee de la señal de internet fallaba, así que fue todo un tema.
        Comienzo por contarles desde donde surja. Mi cabeza ha sido un carnaval de pensamientos, un circo imparable y estrafalario; se me habían juntado muchas ideas y recuerdos. El alma también se sumó y me tiró lo suyo para que lo atendiese. Como si hubiese sido poco, mi conciencia (que intentaba mantenerme a flote, pero con los pies en la tierra) se volvió intratable con mi personalidad, la que, por otro lado, me empujaba a abismos bizarros y diletantes y quería convencer a mi corazón, de que si le daba bola, podía ser feliz. Mi corazón es sabio (como el corazón de todas las personas), él nunca se equivoca. En protesta, daba golpes de tambor contra mi pecho y me despertó, renegado, porque me dormí sin resolver lo que ameritaba con urgencia. Hay cosas que necesariamente debemos “macerarlas”, “rumiarlas”, pensarlas mucho o como prefieran llamar a esa actitud, que puede salvarnos o hundirnos. La vida misma es una cuestión de actitud; no importa lo que pase, porque en definitiva tiene que pasar, porque es el destino, etc., etc. Pero sí, es muy de cada uno, lo que se hace con ese suceso. Siempre recuerdo esa enseñanza de mi madre, ella era muy especial y sabia. No vayan a creer que porque no se llevaba con la tía Loly, mi vieja era una resentida o busca pleitos. No, la división entre ellas se dio (lo supe de grande), porque Loly me quería tanto y estaba tan embobada conmigo cuando yo era chiquita, que sin medir lo que decía, un día le propuso a mi padre que me dejaran vivir con ella. Eso no hubiese sido grave para mi madre, puesto que cada uno es dueño de delirar como le guste; ¡lo tremendo y definitivo en la relación entre mi mamá y Loly, fue que mi padre, poco sutil, influenciable y mete pata, no solo que se lo contó a mamá, sino que consideró la idea! ¿Se imaginan? ¡Mi madre me adoraba!
           Ayer fui varias veces a la casa de la loma, necesité estar a solas allí. Me senté en la terraza, observando el paisaje de cumbres y caminitos que se pierden caracoleando en la distancia. Algo en mi interior me estaba matando. Me llené de voces y de golpes; mi corazón decía: “Hacé lo que quieras y no cambies tu rumbo por nada”, ¡pum, pum, pum! Mi personalidad vagaba entre el “qué me importa” y “me importa todo”, ¡ah!, ¡ahh!, ¡ahhh! Mi conciencia que tiene pies inmensos y de acero, avanzaba: ¡puuuum!, ¡puuum!, ¡puuuum!, mientras me ponía en los ojos de adentro, millones de imágenes bien claritas.
              No quería que en casa me vieran así, hecha percha, cuando se suponía que tenía que estar feliz y saltando en una pata, ahora que me transformé en una mujer que sabe que tiene mucho dinero, aunque no sabe cuánto, gracias a la tía Loly. Ya era muy feliz con mi otra vida; me sentí, como debe sentirse alguien que de pronto cambia al amigo de toda la vida, por la amistad con otro que recién conoce, pero que está lleno de plata. Más que nada, sentí que era a mí misma a quien estaba desestimando. Toda mi vida viví con poco y logré sentir que no me faltaba nada. Mi vieja también me dejó esa enseñanza y esa forma de ver la vida. Cuando mi papá falleció yo era muy chica; mi madre trabajaba duramente de doméstica, porque no tenía estudio para otra cosa, pero, ¿saben qué?, ella leía a todos los escritores clásicos, a los filósofos de la antigua Grecia, diarios, revistas, Patoruzito, todo, y tenía una fabulosa capacidad de interpretación de las lecturas, por más difíciles que pudieran parecerles a otros. Solíamos ir a visitar a una amiga de mi madre, que vivía en una casa sencilla, pero equipada con muchas cosas de las que nosotras carecíamos. Adela (así se llamaba) tenía el hábito de tocar esos objetos y decir con orgullo: “¡me lo dio el gobierno!”. Yo estaba fascinada; ella tenía cocina nueva, máquina de coser y de tejer, colchones y mantas mulliditas, y mi casa ¡era tan modesta y se veía tan desprovista! Un día, le dije a mamá que ella también podía pedirle cosas al gobierno, para mejorar nuestras posesiones; ella casi se espanta. Me miró muy seria y hasta diría que con pena; esa imagen la tengo grabada en mi memoria; después, me acarició y me dijo que esas cosas del gobierno, eran para la gente muy pobre… Entonces pensé, que más pobres que nosotras, ¡imposible! Hubieron de pasar muchos años para entender lo que mi madre quiso enseñarme aquel día y que reforzó con una frase que desconozco a quién le copió: “No es más rico quien más tiene, sino quien menos necesita”. Las cosas que nos pasan de chicos se nos graban a fuego, esto a mí me quedó tatuado en el alma y no puedo pensar de otra manera; no niego que a veces divago y sueño despierta con mil boludeces, ¡qué sé yo! Por ejemplo, que tenemos un yate y estoy panza arriba bajo el sol del Caribe, aunque en realidad esté fregando la ropa a tabla, hasta que me arreglen el lavarropas. No sé, cosas así. Lo que sí tengo claro es que mi casa, mi familia, mis afectos, mi perro cachuzo, mi gato con nombre de gata y todos los chusmas de mis vecinos-amigos-familia, son mi mundo y un tesoro preciado al que no renunciaría por nada.
        Ayer, después de almorzar me acosté un ratito a dormir la siesta y Raúl se puso a manguerear el camión; ensopó al pobrecito de Mordelo, porque ese animal tiene tal empecinamiento con el agua, que le tira mordidas al chorro de la manguera y a los charcos; al final siempre termina empapado. Ya les conté que es friolento y como estamos en invierno, lo tuvo que secar y se achuchó de frío un buen rato, metido por poco, dentro del calefactor.
            Durante dos horas de sueño, anduve boyando vaya una a saber por qué rumbos; la cuestión fue que la pena que sentía antes de quedarme dormida, fue el disparador que me llevó a un lugar especial, para ayudarme en la disyuntiva que estaba atravesando. El sitio que vi fue mi propia casa, esta misma, desde donde les escribo, o sea “La enamorada”; soñé que estaba completamente vacía y oía mis pasos retumbando en el silencio. Desde uno de los dormitorios, me pareció escuchar voces y risas de chicos; me acerqué despacio, con miedo o no sé qué sensación; me desesperaba ver las paredes desnudas y la falta de mi familia. Cuando llegué a la habitación que en un principio fue de los tres chicos y con el tiempo quedó exclusivamente para Flor, las risas y las voces se acallaron. Me apoyé en la pared con el corazón en la mano y cerré los ojos, para entender qué miércoles me estaba pasando. Al colocar mi mejilla contra la pared, sentí que ésta se expandía y retrocedía, como si respirara; me llegó un lamento bajito, parecía ser de una mujer; intenté descubrir de dónde provenía, pero todo se volvía confuso; podía oír aquel sonido plañidero en una habitación y cuando llegaba a ella, dejaba de oírse para escucharse en otra; al final, una voz lejana, muy lejana, me decía: “no te vayas”. Estaba muy sensibilizada y a su vez, temerosa de estar volviéndome loca, a raíz de lo que vivía en el sueño.
            Me desperté de esta experiencia con un beso suave en la mejilla. Raúl me había traído un matecito y juro que me temblaba el pulso al recibirlo; succioné la bombilla teniendo que hacer un esfuerzo con la boca, pues mis labios buscaban curvarse en esa mueca angustiosa, que precede al llanto. Mi marido me abrazó y me propuso: “¡Levantate y charlamos!, ¿dale?”. Me duché y a la media hora estaba junto a Raúl y la tía Loly, frente al ventanal del living, a pleno solcito. Comenzamos la ronda de mates y pastelitos que había comprado Florencia; no sabía cómo explicar lo que me pasaba, sin herir tanta buena voluntad, generosidad y amor, de parte de la tía. Ella me allanó el camino cuando me dijo: “Te conozco como si te hubiese parido, Fía; no pude criarte pero siempre te consideré un poco mía. Contame. Es por la casa, ¿no?”. Le expliqué lo que estaba sintiendo y ella, como siempre, simplificando las cosas, me dijo con el mejor ánimo: “Ya sabía que esto podía pasar, por eso me guardé en la manga el “plan B”, para liberarte; al fin de cuentas, quise darte lo que creí que te merecés, sin intentar averiguar primero qué es lo mejor para vos”.
           En realidad, reconozco que soy muy divagante y confundo a las personas; digo que tal o cual cosa me parece hermosa y fantaseo con tenerla, pero es algo así como un juego superficial, porque las cosas que a mí me hacen feliz, son tan caras que no se pueden comprar; se ganan o se aprenden, como el amor, la familia, la nobleza, la verdad.
            Resumiendo: Así como yo tengo que aprenderme a la tía Loly, ella tendrá que aprender a conocerme, más allá de lo que me supone.
         Hablamos casi hasta la hora de la cena, momento en que vinieron las chicas; Flor, de caminar con Ringo, y Marianita, de un partido de hockey. Decidimos convertir la casa de la loma, en un hogar para contener a un mínimo de doce niñas sin padres, o que por circunstancias legales (malos tratos, etc.) estén alojadas en un hogar bajo tutela judicial. La casa tiene seis cuartos (que parecen salones) y tres baños en la planta alta; abajo, además del living, cocina y un comedor gigantescos, están las dependencias de servicio; hay lugar de sobra. Así como Frida Puelza cuida con amor a los viejitos, en Tuya también hay mujeres, que perfectamente podrían resultar muy buenas madres sustitutas para esas chicas; sería cuestión de elegir una y proponerle el tema. La tía Loly se encargaría de ver que todo siga en su cauce normal y yo serviría para llenar los huecos, que pudiesen originarse sobre la marcha.
           En medio de toda la planificación, me abracé fuertemente a mi tía, dándole las gracias por no enojarse conmigo, por ser tan buena, por comprender mis sentimientos y tomarlos en cuenta.
           Quedamos que en estos días, vamos a armar un remate para los vecinos de Tuya, con todas las cosas de Loly que no irían en un hogar para chicos; de paso, la gente de la vecindad tendrá la oportunidad de comprar muebles que siempre soñó tener, a un precio de chiste. Loly me dijo que primero debo elegir qué cosas quiero conservar; le dije que lo decidiremos juntas, para que me señale aquellas pertenencias que le signifiquen algo especial; eso y solo eso, vamos a conservar en casa. Resolvimos que el abogado de ella, hará los trámites jurídicos correspondientes para abrir la casa como hogar de niñas y nosotras vamos a viajar a Buenos Aires, acompañadas por Raúl, a comprar todo lo necesario para montar una decoración y un confort alegre y de buen gusto. Deseamos que quienes vivan allí, se sientan rodeadas de todo aquello que materialmente se merecen y además, de todo el amor y la protección de los tuyanos.
      Cuando terminamos la charla, la tía fue a bañarse, Raúl se puso a leer el suplemento deportivo de La Nación y yo me dirigí a la cocina a preparar unas burecas de papa y otras de queso, bien salpicaditas de semillas de sésamo. Sobre la mesada de la cocina, encontré la tapita metálica de un yogur que comió Marianita y vi que en el reverso tenía algo escrito; decía: “disfrutá de Ser vos misma, animate a lo que te hace bien”. ¡Qué cosa!, ¿no?
           Cuando les dijimos a nuestros hijos lo que decidimos, ellos lo tomaron bárbaro; inclusive nos dijeron que mejor así. “Si nos mudamos van a empezar las diferencias con los demás y tener una casa joya y que nadie te de bola por sentirse menos o más pobres, no puede hacernos felices” (palabras de Marianita). ¡Bien por mi hija!
            ¡Me siento liberada de un peso fatal!
            Después de cenar, salimos a recorrer Tuya en la Eco. El cielo parecía de terciopelo; en la oscuridad, mil ojos se proyectaban como gemas brillantes. Acá hay zorros, conejos, liebres, y a más altura en las sierras, gatos monteses, jabalíes, ciervos, pumas y guanacos.
            Volvimos a casa y nos pusimos a ver tele en la cama; me quedé frita mientras aún pasaban los nombres de los actores.
           Esta mañana nos levantamos temprano, incluso las chicas y Gonzalito, porque habíamos planificado un día de pesca y asadito entre los cerros. Queríamos relajarnos y compartir en familia. Flor propuso llevar a Ringo y yo le dije que no perdiese individualidad, que eso de andar pegoteados todo el día no garantizaba que se quisiesen más, ni que fuesen más unidos; se lo dije yo, que con Raúl mantuvimos la luz de nuestro hogar, en medio de todas las tormentas del camino, las ausencias y las dudas.
          Allá fuimos, todos en la Eco, como sardinas en lata; también llevamos a Mordelo; a Frutilla no, porque sigue alzado e insoportable, araña, maúlla como alma en pena y no obedece a nadie. Es la primera vez que siente el llamado de sus hormonas y está entregado a full a su experiencia; ya vino con una oreja irremediablemente masticada y la cola hecha un estropajo.
            Con todos los “pertrechos” nos instalamos junto al arroyito. Preparamos un fueguito entre las piedras y calentamos el agua para cebar mates; en estas ocasiones usamos la pavita “crotera”, abollada y tiznada, porque nos gusta así; incluso, el agüita calentada sobre los leños, toma un gustito ahumado que nos refuerza la idea de naturaleza, simpleza y libertad.
            Mordelo no paraba de corretear, con su cuerpazo tipo sandía con patas; el muy zonzo se cayó al agua y lo tuve que secar con papel de rollo de cocina, ¡menos mal que llevé varios!
            En las primeras horas de la tarde, en que estábamos tirados al solcito sobre colchonetas y mirábamos el cielo con las chicas, jugando a adivinarles formas a las nubes, fue cuando escuché que Mordelo ladraba lejano. Raúl y Loly se habían dormido y Gonzalito se había ido hasta la aguada para ver abrevar a los guanacos; me fui remontando el arroyo, pero ya no se oía el ladrido; comencé a llamar al perro, sin embargo, ¡nada!
            Crucé un puentecito abananado que comunica con la otra orilla y seguí caminando entre las piedras y los árboles que crecen dispersos; de pronto, me di cuenta que estaba en la parte trasera de la casa de piedra del “bicho raro” (léase nuevo vecino con acento extranjero). Miré hacia un costado de la casa y lo vi sacándole fotos a Mordelo, a la par que lo sobornaba con lonjitas de carne cruda, que no comió porque está acostumbrado a que se la cocinemos. Pensé: “si no fuese consciente que mi pobre animalito carece de gracia física, podría sospechar que este tipo me lo quiere secuestrar. ¿Con qué fin le estará sacando fotos?”. Me acerqué y lo sorprendí. “¡Sori, sori. Iu a uilcom!, mi, americano”, me decía. Me acordé que tenía la máquina de fotos en el bolsillo canguro del buzo y decidí pagarle con la misma moneda, sacándole una foto a él, para que entendiese cómo me había sentido yo. Se volvió loco; lanzando chispas por los ojos, me ordenaba que le diera las fotos, en un castellano enredado y terminó diciendo: “¡nau!”. Me explicaba: “Yo oculto en sierras, no bueno foto”. Se la mostré e hice como que la borraba. Obvio que no me interesaba una foto de ese loco, pero me daba una posibilidad para averiguar quién es y qué hace entre la gente de Tuya. Le dije que yo necesitaba que borrase la foto de Mordelo y me explicase por qué se la había tomado.
            No vi perros, ni gatos, que habitaran en la casa junto a él; luego de darme muchas vueltas con su charla atravesada, me preguntó si no veía la rareza de mi perro. “¡Chocolate por la novedad!”, pensé. Mejor que este tipo viva solo en medio de las piedras, porque si estuviese cerca del pueblo nos contagia la locura a todos. Me habló de cosas raras… y ¡bueno!, yo no quiero ni acordarme, porque ¡se parecen al tema de la película que vi con Marianita! Este rayado dice que en Tuya aparecen cosas y que él está investigando y cree que mi querido perrito no es un perro común, que es un experimento de los grises. ¿Qué grises? ¿Los metalúrgicos? Otros que se visten de gris acá, son los de vialidad y, ¿qué tiene que ver Mordelo con esa gente? Lo dicho, este hombre (me dijo que se llama Terry) está muy loquito, me invitó a pasar, quería mostrarme fotos. ¿Fotos? ¿Y si es un degenerado? Llamé a mi perro y me fui lo más rápido que pude; mientras me alejaba, el viejo me gritaba en castellano atravesado: “¡Piénselo! ¿Dónde encontró a su perro? ¿Conoce su procedencia?”. Corrí para no escuchar más tanta pavada y le pegué un flor de repunte a Mordelo, por meterme en ese tipo de situaciones; mi perro podrá ser feo, deforme, pero es muy inteligente, sensible y entiende más, que algunas personas que pueden hablar y razonar.
        Nos quedamos en el arroyo hasta las cinco y media de la tarde; volvimos roñosos, ahumados y cansados, pero felices.
            A mí todavía me zumban las palabras del ermitaño tarado; tuvo que abrir su bocaza para decirme gansadas y ahora me surgen inquietudes.
              Desde Tuya y con el sabor de la vida, un abrazo virtual para todos ustedes:

             Fianza Menditelli


PD: Los comerciantes ya están hablando de armar una cooperativa; doña Dora (la mamá de Fricasio) ¡tenía dólares acobachados debajo de las tablas del piso! Quiere dárselos a su hijo para que le compre la carnicería a Flor. En casa, mañana comienzan a levantar un cuarto y un baño privado para la tía Loly. Como podrán apreciar, cada tarrito está encontrando su tapita.

domingo, 6 de septiembre de 2015

Portal a Tuya "Loly, una caja de sorpresas"


            ¡Hola, gente! ¿Cómo están?
         Les cuento que yo, feliz, emocionada y aún sin entender este tsunami que atraviesa mi destino, dejándome una estela de maravillas.
          Anoche, en el comedor de casa fuimos un montón para cenar y para brindar, se nos unieron varios vecinos.
            Cuando oí la bocina del camión, salí corriendo a recibir a los viajeros; al ver solamente a Raúl, bajando de la cabina, el corazón se me apretó en la incertidumbre. ¿Y la tía y Gonzalito?... Mi marido se acercó y después de besar mi boca muda, me levantó en sus brazos girando y girando. Cuando me dejó en el suelo vi llegar una Eco Sport azulcita; me dio la sensación de que se me venía encima y quise correrme, pero Raúl me sujetaba en el lugar. Creí que me iba a dar un ataque. ¡No entendía nada! La Eco frenó a treinta centímetros de mi cuerpo. Me temblaban las rodillas y el miedo me impedía hablar, preguntar qué pasaba. Las puertas de la camioneta se abrieron simultáneamente y de adentro salieron Gonzalito y la tía Loly; fue en ese instante en que al verla, el alma me volvió al cuerpo y corrí hacia ella para abrazarla, mientras liberaba emociones, puchereando entre sus brazos. Raúl se subió al camión y comenzó a hacer sonar la bocina y Gonzalito hizo lo mismo desde la Eco. Los que estaban dentro de casa (Marianita, Tamara, doña Dora y Fricasio, Ringo Walter y Florencia), salieron alarmados o fingieron eso (a esta altura no sé más nada). Los vecinos también salieron de sus casas intrigados por tanto bullicio. Yo no sabía qué pensar, qué decir, qué hacer; así que opté por la reacción de cualquier persona en ese caso: me quedé parada, con la boca abierta, mirando a todos y en especial, a esa camioneta azul. La tía Loly me abrazó y me llevó adentro; los hombres se quedaron afuera viendo la Eco y el resto, nos fuimos al comedor. “¡Fía, reaccioná!”, me decía la tía; yo estaba en shock, no sabía si reír o llorar y lo peor de todo es que si hubiese optado por una de esas dos reacciones, tampoco hubiese sido consciente del por qué. “¡Todo es para bien, Fianza, relajate!”, me aseguró Loly, mientras me alcanzaba  una carilina para limpiarme la nariz. En eso entraron Ringo, Gonzalito, Fricasio y Raúl; se reían de mi cara de “no sé qué pasa”. Como para activarme, mi marido dijo que venía ilusionado durante el viaje, pensando en la cena rica que yo habría preparado, pero que tenía la impresión de que eran promesas, nomás.
         El deber se antepuso a todo el cataclismo que me bullía en las venas y en los pensamientos y fui a la cocina acompañada por mis hijas, a traer comida para todos. Tuvimos que juntar dos mesas porque no entrábamos, ¡éramos diez! A medida que el tiempo iba pasando, pude aflojarme y pedir explicaciones. ¡Les juro que todavía no puedo hacerme a la idea de lo que tengo para contarles! Vine a enterarme que lo del viaje de Gonzalito, se debió a un plan del que formó parte con su padre y la tía Loly; ella nos quería regalar un auto para uso de la familia; por eso fue mi hijo, porque Loly le pidió a Gonzalito eligiese la marca y modelo, y de paso lo trajera; su padre venía en el camión. “¿Cómo la vamos a pagar?”, pregunté amargada por contraer una deuda comunitaria sin ser consultada. Casi me desmayo cuando Loly me dijo que ya estaba paga y que había más sorpresas, muchas más. A esta altura empecé a llorar sin poder pasar bocado y las lágrimas de alegría, agradecimiento y amor, me dejaron la cara como un tomate.
            La tía Loly tenía una casa de dos pisos en Berazategui, toda amoblada con cosas que trajo de Italia y de Francia; la vendió, pero antes cargaron todo lo que estaba adentro, en nuestro camión. ¡Sí!, nos regaló todo, ¡pero hay más! Compró la casa de la loma para nosotros. Les digo que sigo en otro planeta, todavía no puedo clarificar mis ideas, para contarles de forma ordenada.
          Tenía la convicción de que la tía Loly era solterona; vine a enterarme por ella misma y para mimarla y quererla diez veces más, que cuando se fue a Italia y ejerció de maestra, conoció a un hombre muy rico que la adoró de tal forma, que venció la resistencia que ella ponía a casarse. Hubo boda y además, hubo otra cosa: la tía Loly tuvo una hija a la que llamó Sofía; yo escuchaba y no podía creer. Un día, Sofía (de seis años) y su padre, circulaban en automóvil sobre un puente del río Po y al cortársele la dirección se cayeron al agua, ahogándose los dos. “¡Pobre tía Loly!”, pensé y seguí llorando. Al tiempo, la tía vendió todos los bienes que había heredado y regresó a la Argentina. Me contó que en varias oportunidades se contactó con mi mamá, para decirle que su heredera sería yo y que deseaba volver a verme, pero mi vieja se negó (ella y Loly diferían en muchos puntos de vista). Me imagino, ¡pobre!, que acercarse a mí le hubiese ayudado en la pena por la pérdida de su familia; incluso mi papá ya estaba fallecido, así que no tenía a nadie en este mundo. Yo la miraba y la miraba a tía Loly y me parecía que no era quien yo conocía; entendí que ella, tan simple, directa y humilde, es una caja de sorpresas; voy a tener que intentar conocerla verdaderamente.
            Hay veces que a una, la verdad o la realidad, la supera; eso me pasa con detalles que ahora sé de la vida de la tía Loly, también con el tema de la nueva casa y la camioneta.
           El camión estaba a reventar de muebles, vajilla y mil cosas que son una preciosidad, yo iba ayudando a descargar y lloraba mientras tocaba las cosas; una, porque no puedo creer que sean mías, nuestras, otra, porque me conmueve la tía Loly y su generosidad, y otra, porque hubiese preferido que se quedaran vistiendo la casa de Italia, donde vivían la tía, su esposo y Sofía. ¡Qué pena me da esa historia!
          Todavía no escrituramos la casa de la loma, pero la tía ya pagó, firmamos los papeles y guardamos todo adentro. Seguimos en nuestro hogar hasta que nos organicemos; seguro que nos iremos trasladando de a poco, en escalas, porque no es el tema de cambiar de paredes nomás; generalmente, lo que nos ata a una casa además de su estructura, son las historias que vivimos dentro y la verdad es que en esta humilde casita desde donde les escribo, la familia Policarpo-Menditelli ha sido muy, muy feliz.
          Hubo otra sorpresa; en el camión llegaron doce cajas inmensas para el hogar de los abuelos: sábanas, toallones, manteles, vajilla, copas, un juego completo de cacerolas, cubiertos, todo comprado por la tía Loly para ellos. Se me revienta el corazón de tanta dicha. Hoy fuimos a llevar las cosas al hogar y la tía quiso que fuesen los abuelos quienes abriesen las cajas, porque eran cosas para ellos, no para el hogar; “un hogar no existe sin las personas”, dijo Loly; “un hogar de ancianos no nos dice nada, lo que nos dice algo son los que viven ahí”. ¡Sabia Loly!
            ¡Ay, gente, ustedes no se imaginan lo que fue ver la cara de alegría de los viejitos! A medida que desembalaban la losa, las copas y demás, le daban brillo con los puños de sus pullóveres para sacarles las huellas de sus propios dedos (que a mí me parecen sagradas). Estoy segura que a los abuelos, no les importa demasiado el detalle, lo que más los conmueve es que se hayan acordado de ellos con generosidad y que alguien los creyese dignos y merecedores de aquellas cosas hermosas. Hay momentos en que una percibe que por algún extraño sortilegio, se ha abierto la caja de Pandora y llueven las cosas duras, difíciles, dolorosas; en este caso, a mí se me dio vuelta la vida pero para bien.
            Esta tarde, todo Tuya anduvo por la casa de la loma, a la que le tenemos que poner un nombre; las casas viven, respiran, a su manera pero lo hacen y deben ser nombradas; tal vez ustedes piensen que estoy chiflada, pero les aseguro que es una muy, muy antigua costumbre de Tuya. ¿Saben cómo se llama nuestra casita de siempre? “¡La enamorada!”. Se le ocurrió a Raúl, porque decía que yo sería la reina del hogar y como me lo pasaba diciéndole que estaba enamorada de él…
            Todavía no sé cómo voy a orientar mi vida, la vida de la familia; no quiero que lo material cambie lo que somos como personas, como grupo familiar. Me alegra saber que la tía Loly dispone de tanto y está dispuesta a compartir, como ya lo ha hecho, porque me imagino que juntas podremos hacer mucho por Tuya y eso a ella le dará motivación más que suficiente para llenarse de vida. No sé si me pareció  o estoy acertada, pero observé cómo la miraba Florio Guzmán (el que dirige los trabajos de vialidad). Él fue el encargado de gestionar la venta de la casa de la loma, a pedido de su hermana (Cándida de Espinoza) que vive en Misiones. Florio es un ermitaño, bien huraño, pero con la tía Loly se deslumbró; ella fue muy atenta con él, pero ni bola para otra cosa; tal vez porque no le gustó o para que nosotros no nos sintiésemos incómodos; la verdad, es que me gustaría que fuese verdaderamente feliz; mientras hay vida, hay esperanza y ella está llena de vitalidad. Aparte, las personas comúnmente creen que los viejos están decrépitos y caducos; ¡me revienta tanta imbecilidad! Las personas que son muy mayores sienten la misma necesidad de compañía, de amar y ser amados, que un joven; tal vez la pasión disminuye, pero aumenta la ternura, el compañerismo… ¡Ojalá Dios la compense a Loly con un buen amor, por todo lo que perdió y sufrió! No digo que sea Florio el afortunado de obtener su corazón, pero en Tuya hay hombres muy guapos, de espíritu sensible y que estoy segura que podrían cuidarla y amarla como ella se merece. ¡Estaré atenta! Cambiaré mi nombre por “Celestina”… ja ja
           Bueno, para regocijarlos en lo patético, les cuento que anoche, luego de cenar hicimos un brindis y Ringo Walter, asesorado por la terrible de Marianita que lo engatusó, le pidió formalmente a Raúl (como se hacía cincuenta años atrás), la mano de Florencia. Nadie largó la risa al escucharlo, por respeto al sentimiento, a la casa y a la familia, pero se les veía en la cara que se comían las carcajadas;  doña Dora le aplastó la cola a Frutilla y éste maulló como un endiablado, entonces todos soltaron las risotadas, poniendo como excusa el susto del gato, que no fue gracioso porque a nadie le gusta que le anden pisando partes del cuerpo, ¿no? ¡Bueno, al gato tampoco y no es menos que nadie! Ringo levantó la copa con la mano temblorosa (como comenzó a derramar bebida, Fricasio metió su copa por debajo para evitar que el líquido cayera a la mesa) y dijo: “Raúl, yo… vos… nosotros… bueno, estoy nervioso, pero me conocés, sabés que trabajo, no tengo vicios y voy a ser un buen marido para tu hija y te pido su mano para casarnos en dos meses”.
          Raúl lo miraba con la sonrisa plastificada y ojos asesinos, hasta que sus facciones se pusieron acorde. “¿Cuál?”, preguntó dejando la copa y arremangándose. El aire se cortaba con un cuchillo. “¡Florencia, amor, quiere casarse con Florencia!”, atiné a meterme para suavizar la cosa. El tema tomó tan de sorpresa a Raúl, que no supo qué pensar; hasta hacía poco estaba archi-convencido de que Ringo era gay, es más, siempre tiraba pálidas con que temía que pervirtiera a Gonzalito. Nunca intenté persuadirlo de lo contrario; primero porque no tengo nada en contra de los gustos de vida ajenos, segundo porque sabía que Ringo era bien hombre (lo he visto mirar a las mujeres en los partidos y reuniones sociales) y tercero porque él debió de haber sufrido mucho, al descubrir que la mujer con la que hacía poco se había casado re-contra enamorado y para toda la vida, le metía los cuernos; esto me hizo entender su actitud.
            Todo el mundo aplaudió y felicitó; las copas se volvieron a llenar, volvimos a brindar y Raúl se tuvo que amoldar y terminó cediendo; primero a cara de perro y vertiendo una caterva de imposiciones para que cuidase a nuestra hija y por último aflojándose, perdiendo el miedo y bajándose de ese pedestal en el que a veces nos subimos los padres, asemejándonos a dictadores temibles, por el solo hecho de querer sonar convincentes, a la hora de entregar a nuestra prole, a la vida misma.
            Después, se habló del tema de la carnicería y por lo que se planteó hoy al mediodía de sobremesa, la tía Loly tiró la idea de sumarle al negocio de la carne, un supermercado grande para agrupar a los demás comerciantes en una especie de cooperativa de pueblo, con el compromiso general de que en el balance anual, se apartasen fondos para beneficiar a Tuya y a sus habitantes más pobres. ¡Acá tenemos muchos pobres, pero no tanto que les haga perder la dignidad! En este momento me viene a la mente Antonio Cuevas, ese chico que les conté que tiene 20 años y escribe las canciones que cantamos en la parroquia. El pobrecito vive con su padre en una casita perdida, por allá, al final del cordón de pircas; la madre lo dejó con el padre (que también se llama Antonio) cuando era chiquito. Antonio se había dado a la bebida y fajaba a la pobre mujer, que decidió irse. La comprendo. Ustedes pensarán: ¿Y por qué no se llevó al hijo? No pudo. Antonio no se lo permitió. ¿Vieron que hay padres que usan a los hijos como trofeos de su soberbia, como botín de guerra en las disputas o como moneda de cambio en las negociaciones de pareja? Bueno, Antonio quiso castigarla usando al hijo. ¡Vieran qué hermoso y dulce es ese chico! Tiene unos ojazos negros que parecen un cielo nocturno y sin luna; se ríe y una no puede dejar de enternecerse. Siempre que pude le anduve cerca; Gonzalito sintió celos de él durante la primaria, pero le hablé a mi hijo y entendió. Al final, ahora son amigos. Antonio hijo, es un chico muy, muy inteligente y quería ser ingeniero pero el padre, una vez que terminó la secundaria lo puso a trabajar. Me gustaría que el chico pudiera cumplir su sueño y verlo con el título en la mano. Hay muchas cosas por mejorar en Tuya y me refiero más que nada a la vida de algunas personas. Sé que Antonio padre aprendió la lección; cuando se fue su esposa, se las desquitaba con el nene. Nos metimos todos y lo sentenciamos con sacarlo de su lado, si no lo cuidaba bien o seguía tomando. ¡Santo remedio! Pero igual, siguió huraño, callado, de carácter áspero, anti-social y cero cariño con su hijo, que andaba buscando afecto en todas las casas en donde era invitado.
            La tía Loly, tiró la idea de que Raúl podría ser una especie de gerente en la cooperativa; él dio un respingo y se moderó por respeto, pero le adiviné todas las puteadas que se le agolpaban detrás de la lengua. Después a solas, me decía: “¿Qué hago yo si me sacan del camión?” ¡Toda mi vida en la ruta!”. Lo tranquilicé diciéndole que no pensara en eso por ahora, que así como Dios puso todo lo que puso en nuestro camino en pocos días, pondría la solución a ese tema; si tiene que ser gerente será y si no seguirá siendo un eterno peregrino; siempre lo voy a amar y lo voy a estar esperando; algún día se cansará de andar gastando caminos. Lo amo tanto, que solo puedo ser feliz con su felicidad.
            A la tardecita, preparamos varios termos y mates y nos sentamos con todos los vecinos que vinieron a conocer la casa nueva, a matear en el patio. La casa tiene un parque inmenso y una pileta de natación que se llena, sacando una cuña que ataja el agua de una vertiente de roca que sobresale del terreno.
            ¡Pensar que hasta hace unas horas, me hacía mala sangre pensando en que no tenía una pieza para la tía Loly y hoy, ella nos ha comprado una casa! ¿Sirve hacerse tanto problema por anticipado?, me pregunto. Mejor es vivir el minuto a minuto, el pasado se fue, ya no existe, lo que va a venir no lo sabemos; lo único que tenemos claro es el presente y dentro de él, hay pilas de cosas que no podemos cambiar, por eso tenemos que aprender a cambiar nosotros, para adaptarnos a vivir con lo que venga. Me acuerdo que cuando Flor me dijo que no se iba a casar, ni tener hijos, me sentí herida; pensé que si mi hija razonaba así y había tomado tal decisión, había sido porque a mí algo no me había salido bien como mamá; pero en lugar de deprimirme o hacerme la cabeza, traté de pensar cosas que me ayudaran a aceptar su decisión. Por ejemplo, que podía ser que ella sintiese que traer un hijo al mundo, era exponerlo a una irremediable esclavitud o tal vez traerlo a un mundo que ni ella tenía claro cómo es, ni quién lo maneja, ni quién dispone de las vidas humanas y esas cosas. No sé, me armé muchas conjeturas válidas para entenderla y no juntar más culpa, ni darle en mi corazón, un cachito más de territorio a la amargura sin sentido. Al final de cuentas, nadie dijo que si uno pasa por esta vida sin tener un hijo es un egoísta, y si alguien lo dijo, es un pelotudo. Hay que ponerse en el pellejo ajeno para hablar y aún así, no sé si cabe. Bueno, redondeo este tema, resaltando que gracias a que tomé así el asunto de la no maternidad de Flor, pude mantenerme entera y, al final, ahora ella decidió casarse, tendrá sus hijos algún día y toda la historia negativa ya es cosa del pasado y como se sabe, el pasado, ¡pisado!
            Pasando a otra cosa: si yo me enojo y despotrico contra los chinos: ¿Soy racista?
          Esta tarde se armó flor de tole-tole cuando tomábamos mate en el parquecito de la casa nueva. Hubo vecinos que me apoyaron; otros, me daban con un caño: “¡Ehh, racista de mierda, te metés con los pobres chinos que se están cayendo al agua, dejate de joder!”, y decían cosas por el estilo. Les explico a ver si ustedes me entienden. No es que no los quiero por esos ojos que tienen o porque me parezcan dientudos, no, yo no tengo mala onda injustificada con ellos. Hay muchos que los defienden, y ponen como cesto de basura en la vereda, a un chino sosteniendo el canasto; eso sí me parece ofensivo. En Tuya no tenemos ese tipo de canastos con chinos, los vi en otras partes y les saqué fotos para que no digan que invento.
           El año pasado, mi prima Silvia se fue con su peor es nada a China. ¡A China! ¡Miren que hay lugares para ir! ¡No, a China se fueron! ¿Saben qué? Silvia tiene una mega cámara de fotos; saca para la mierda, pero es ella y no la cámara. ¿Cómo va a sacar la foto de un árbol, si en ese momento mira a una señora que pasa por la vereda de enfrente? Pero así y todo, trajo unas fotos… ¡terribles! Había fotos de criaturas (chinitos bebés) tiradas en un basural, otras en la calle, ¡eso es espantoso! Un señor se apiadó y puso a una nenita que habían arrojado a la calle, en un canasto de basura, envuelta en diario. Si las fotos no las hubiese sacado Silvia, hubiese creído que eran truchas.
            Hoy vino Marianita del cole, con otra nueva de los chinos. Ahora parece que hacen unos llaveritos que son mini bolsitas de plástico, selladas herméticamente; adentro le ponen agua hasta la mitad y pececitos de colores vivos o tortuguitas de agua; cuando los bichitos se mueren, tiran el llavero y compran otro. ¡Eso es una crueldad y así educan a sus hijos! Álvaro Contreras (que es policía y amigo, el que se quedó un rato en casa la noche que vimos la peli de extraterrestres) me decía hoy que él, justificaba a los chinos con el tema de deshacerse de las criaturas, porque el gobierno, si descubre que alguien tiene un segundo hijo, a esa persona la meten presa. A mí me parece que hay formas y formas. Además, ¿qué los justifica con lo de los llaveritos? ¡No, ya lo traen en la sangre, tienen una cultura degradante!
            Gema Trum (viuda, ¿se acuerdan?, la madre de los mellizos que son enfermeros y viven en Brasil) hoy andaba medio rara con la tía Loly. ¡Tan contenta que parecía de haberse hecho amiga de ella y hoy le ponía cara de culo! Según me dijo Fricasio, parece que está enamorada de Florio Guzmán, pero él no quiere saber nada de ella y no precisamente porque esté Loly. No sé, no entiendo eso de tomarle bronca a alguien por cuestiones pasionales, presuntas o deseadas inútilmente, con otra persona. Es una pena, porque estoy segura que Loly podría ser una excelente amiga para Gema, pero si ésta se emperra con celos sonsos…
         Bueno, gente, el amor de mi vida está “ensobrado”, guardado en la camita calentita, mirando un partido de fútbol por la tele. De vez en cuando me asomo para robarle un beso, aunque ahora pienso entrar y quedarme a su lado toda la noche y, mientras le doy todo el amor que me despierta, intentaré asegurarme de que me siga llevando feliz en su corazón.
            Un abrazo virtual y afectuoso para todos ustedes. Gracias por acompañarme y dedicarme un tiempo precioso de sus vidas:

            Fianza Menditelli

PD: La tía Loly me mostró un álbum de fotos que trajo de su casa y me quedé helada cuando vi, posando, un señor idéntico a Marianita, que vendría a ser tatarabuelo de mi hija. Ahora se la voy a mostrar al dueño de mi corazón, para que se le pase la ojeriza que le tiene al plomero; sé que no piensa mal de mí. ¡Pero esa muchachita me fue a salir tan pelirroja, que no parece nuestra! Ahora sabemos que en la familia había otros como ella