La carta es breve: Mis datos y un por qué. Hace tres meses que me mira con ojos
de papel cansado, desde la bandeja de correspondencia.
Veinte cuadras hasta el correo es el tramo que puede marcar la diferencia. Aún
no pude. Hay cosas que atender primero.
He compartido amor y lo que pude. He abierto casas en el aire, que suelo espiar
por sus ventanas como una extraña que observa su propio verbo, como una
itinerante que se pasea por voces ajenas y celuloides viejos, en una habitación
de espejismos. He cedido cuanta posesión cabía. He repartido mis ropajes entre
los necesitados. He donado mis joyas por completo. He marcado cada letra a gota
de sangre y fuego de espíritu, para volar a otras almas, a otros seres.
Me quedan mil libros apilados en el piso y cien kilos de papeles mal escritos;
también tres perros, que intento cada día, se desprendan de mi amor y me
quieran un poquito menos.
Tengo marcado en mis ojos un horizonte, una barca ligera se ensancha en mi
espíritu y están prestos los remos veloces de mi valentía y mi coraje.
La soledad parece ser de mi incumbencia.
Afuera sopla un viento gélido y está lloviendo. Encenderé la lumbre para
disipar las sombras de mis enredos indecisos.
La mano amiga siempre aparece justo cuando mi hombro llora la indiferencia del
amor que derrapó hasta hundirse en la pecera. Bebemos un café a contrapelo de
la vida y extorsionamos a la risa hasta que acepta hacerse cargo en todos y
cada uno de los rincones de la casa quieta.
Las lágrimas se hacen un hueco corazón adentro y en el mutismo de la madrugada,
el aroma a vino, las voces dulces de mis camaradas y el rasguido melancólico de
una guitarra, las tienta en un arribo a mi mirada.
Ayer es pasado, el día de hoy aún no ha clareado, la carta espera, África
parece absurdamente lejos y aún estoy sin decidir si he de marcharme en el
hueco de un secreto y para siempre.
María Inés
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