miércoles, 12 de agosto de 2015

Portal a Tuya: Intro y "Decidí subirme a la nave..."


Portal a Tuya
  
         Comparto con ustedes la producción literaria de un blog llamado “Portal a Tuya”, que mantuve activo por algunos meses y luego procedí a cerrar, debido a la escasez de tiempo en que me sumieron diversas ocupaciones de índole social y familiar y además estaba finalizando y editando dos de mis novelas.
         Mi intención actual es compartir una vez más el material que conservo y una vez finalizada la última entrega veremos qué sigue.
         Esta producción literaria bizarra y con un lenguaje para nada coloquial fue un desafío, pues debí “meterme” en la piel de mis personajes para adivinarlos por dentro e intentar no cambiarles nada que mi sentido social estructurado me dijese que sí debía hacerlo.
         Sinceramente me divertí mucho escribiendo este blog y cada vez me convenzo más que de eso se trata la vida: divertirse con seriedad.
         Entonces, vaya para ustedes, amigos, la reapertura del “Portal a Tuya”.



Decidí subirme a la nave…

            Unos dicen que navegan porque están en la web y otros andan navegando porque con sus mentes vagan por “mundos paralelos”. De las dos, elijo la primera opción, así que acá estoy, dispuesta a compartir con ustedes todo lo que pase en Tuya.


            Soy Fianza Menditelli. Tengo 47 años y vivo con mi familia en una casa sencilla, ubicada en un pueblito serrano llamado “Tuya”. Aquí nuestra existencia diaria puede resultar monótona, excepto durante alguna fiesta popular, un cumpleaños, un fenómeno atmosférico, el sacudón de algún deceso o el hecho de llevarse a cabo alguna boda o el nacimiento de un pueblerino más. También sacude nuestra tranquila rutina, la llegada al pueblo de cualquier forastero, al cual todos los ojos de Tuya lo persiguen hasta el hartazgo.
            Hace poco se instaló casi al pie de los cerros, en una antigua casa de piedra, un hombre misterioso. Rara vez aparece por el caserío y cuando lo hace, habla lo necesario y esconde su mirada tras anteojos oscuros. Ha comprado un par de hectáreas que rodean a la casa y las ha cercado con arbustos. La intriga respecto a esta persona es general, pero su hermetismo es tal, que nadie ha podido saber qué hace, a qué se dedica, de dónde vino. Lo extraño es que la policía averigua todo por estos lados, no se les pasa nada por alto; sin embargo, a este fulano no lo han molestado en absoluto. Se me ocurre que si quiere esconder algo, no es astuto de su parte manejarse con tanto misterio, porque no hace más que aumentar nuestra curiosidad.
            Sabido es que las peores cosas y las acciones más repudiables, los que saben cómo funciona la mente humana, las llevan a cabo frente a la cara de los demás; entonces uno piensa: “¡Esto es terrible, pero si lo hace público me imagino que será una tapadera; vaya a saber lo que hay detrás! Y así, nos zampamos de un solo bocado una barbaridad tras otra y al rato nos olvidamos sin más.
            Algún día me voy a enterar qué hace acá este hombre, que por el acento debe ser extranjero.
            Sigo con mi propia vida... Estoy casada hace 27 años con Raúl, un camionero cachondo que, no es porque sea mi marido, pero ¡tiene un lomo infernal! Alto (1,90 metros), fornido, perfil griego, morocho, de ojos verdes y con bigote a lo Fredy Mercury. No lo puedo negar, todas las chicas de quince para arriba se lo devoran con los ojos y él se ríe diciéndome: “¡No les des bola, mamá!”. Yo le contesto que no soy su mamá y que el problema no está en si yo les doy bola o no, el tema es que él sí les da bola porque las saluda (lo he pescado) piropeándolas y cayéndosele las babas cada vez que una de ellas pasa moviendo el tujes. ¡Sí, Raúl es un mujeriego incurable (para colmo vive en la ruta), pero yo lo amo locamente y juntos la pasamos bien! Él me protege, me mima, jamás está de mal humor, trae dinero a casa, en la cama me hace sentir que tengo veinte años y que soy la musa inspiradora de sus arremetidas de semental incurable e insaciable. Tiene 50 años y parece de 35. Es humilde pero tiene su autoestima elevada y hay pocas cosas que lo enardecen, por ejemplo, los celos que le despierta cualquier hombre que ronde cerca de mí más de tres veces. Hace trece años no tenía viajes con el camión y como Florencia (nuestra hija que tiene 24 años) y Gonzalo (nuestro hijo de 21) eran chicos aún, se fue a trabajar con un contratista que estaba haciendo rutas en el Sur. En esa época yo estaba embarazada de Mariana que, por esas cosas misteriosas del Universo, me salió pelirroja, de ojos azules, pecosa y con la piel blanco leche. A los 5 años se parecía tanto al plomero que siempre me arregló todo en casa, que Raúl sintió celos y de sopetón me dijo que no lo llamara más, que ese tipo me miraba “con ganas” y que la nena era tan parecida a él, que la gente iba a salir diciendo boludeces, como que no era una Policarpo (es el apellido de Raúl).
            Mi hija mayor, Flor, es de carácter cambiante; por más que yo insista en que se arregle de un modo más femenino y le regale ropa acorde, ella deja todo acobachado en el placard y se viste de una forma demasiado simple o varonil para mi gusto. ¡Bueno, tiene 24 años, por ahí al crecer cambia! Tengo que reconocer que es audaz y que no le hace asco a nada; cuando terminó el secundario se fue a trabajar a la carnicería de mi suegro que, cuando falleció, se la dejó en heredad. Ella solita desposta una media res con la misma facilidad con que yo trozo un pollo. Cuando le pregunto si le gusta algún chico o si tiene novio, me mira como para traspasarme con el filo de su mirada y me contesta: “¡No me jodas, má!”. Al rato viene, me abraza y me dice que no me haga la cabeza con un yerno, porque ella no tiene tal cosa en sus planes. Dice que nunca se va a casar, ni a tener hijos, porque no piensa darle un “esclavito” más a estos hijos de puta. Así piensa y me apena porque no voy a poder ser abuela de sus hijos, ya que no los tendrá. De todos modos, me queda la esperanza en Gonzalo y creo que éste sí, me va a traer varias novias y con varios problemas encima. Hasta ahora no ha traído ni una chica a casa, ni tampoco lo hemos visto por ahí, pero tiene cara de vago, además es un bomboncito; ¡igualito al padre!, pero de modales más sutiles. Le gusta leer, toca la guitarra (tiene una Fenders), trabaja en un taller mecánico (hace la parte de electricidad). El dueño del taller es Ringo Walter, de 35 años; lo conocemos desde hace diez años, cuando vino a vivir a Tuya. Se decía que se había separado de su mujer y que no tenía hijos; nos hicimos amigos porque le enseñó a Gonzalo electricidad del automotor y le dio trabajo. En realidad, Ringo es una persona amable y no ha dado que hablar; es muy reservado, pero alegre y siempre dispuesto a dar una mano a quien lo necesite. Yo suelo pasar seguido por el taller, llevo buñuelos o torta y les cebo unos mates; curiosamente, Raúl no me cela con él, y además mucho no lo pasa porque suele decirme: “¿fuiste a la guarida de ese tipo raro?”. Me enojo y le digo que no sea así, que no diga esas cosas, y él me responde con una pregunta: “¿Cuándo lo viste a Ringo con una mina, vos? A ver, decime”. En realidad, jamás lo vimos con una mujer y es verdad que no agarró viaje cuando le quise hacer “gancho” con Susi, que hace tres años enviudó y anda con una necesidad tremenda en la entrepierna; pero eso no quiere decir que sea raro. Hay gente que aprende y se toma su tiempo para volver a intentar. Dicen que el que se quema con leche, cuando ve una vaca llora. Y por los chimentos que traía el viento que lo precedía a Ringo, él se quemó con leche porque la mujer que tenía le clavó los cuernos hasta el tuétano y él la quería.
            Mi nena más chica, Marianita, es un cascabelito. ¡Cada vez nacen más rápidos e inteligentes estos chicos! Ella guglea, twitea, que el facebook, que internet todo el día para todo... Está haciendo el secundario y es muy popular entre sus amigos. El otro día, Raúl la reprendió diciéndole que sus amigos le parecían muy zafados por la edad que tienen, que hablan de sexo como si se tratase de masticar un chicle, así de sencillo, y ella le contestó: “¡No seas retro, pá!, ¡don uorri que no le voy a entregar el bosque al primer leñador que pele el hacha!” ¡Ay, Dios mío! ¡Cómo hablan estos chicos de hoy en día! Si yo le hubiese contestado así a mi padre, otra hubiese sido la reacción.
            A mis hijos nunca les pegué, eso es de brutos. Además, el psicólogo que dio la charla en el preescolar cuando Flor era chiquita, dijo que si uno le reprimía cosas al chico, de grande podía drogarse o salir “rarito” y esas cosas. Me dio pena el pobre tipo, de alguna manera nos aconsejó y nos abrió indirectamente su corazón, para darnos a entender que a él de pibe lo habían reprimido o cascado.
            Siento que ahora que los chicos están crecidos y Raúl está tan poco en casa, limpio sobre lo limpio, persigo a Marianita, que cuando no me soporta me hecha flit, escarbo el jardín todos los días y cambio las plantas de un lugar a otro, chusmeo con todas las mujeres de la cuadra, miro la novela… Ya nada parece ser suficiente. Creo que voy a buscar un empleo. Algo voy a poder hacer. Tengo el bachiller, pero la verdad que no me acuerdo ni jota; no sé si me enseñaron mal o yo no aprendía más que de memoria, como un loro y ahora la memoria me deja en banda. Leer no me gusta, mi abuela decía que las mujeres que leen son consideradas peligrosas. ¡Pobre, andaba arterioesclerótica y decía cualquier gansada! Igual yo no leo ni las notas del cuaderno de comunicaciones de Marianita, ¡las firmo y chau!; total… ¿para qué?, si siempre son las mismas boludeces: que la de química falta o que la de matemáticas no va o que salieron antes porque no apareció la de historia o que la Cámpora no sé qué, y así…
            Hechas las presentaciones de rigor y con la idea de crear un puente de amistad e intercambiar opiniones con ustedes y de paso para dejar de ser la única atrasada del pueblo que no tiene una vida cibernética, voy a escribir todo lo seguido que pueda (también para exorcizar todo lo que me angustie) y compartir con quien lo desee mis experiencias personales, que si bien son simples, sencillas y pueblerinas, no dejan de tener la importancia que tienen las vivencias de un ser humano.
            Ahora me voy a preparar un pancito casero y unos ñoquis a la romana.
            Hasta pronto:

                                   Fianza Menditelli

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